La epidemia de cólera que hace varios meses impacta al país no es un designio de Dios ni resultado del destino.
Esta enfermedad diarreica aguda es otra de las señales recurrentes de la indigencia que nos acosa, de la escasa voluntad estatal para resolverla y del oportunismo de la sociedad civil, empresarios, médicos, periodistas, políticos y demás, que solo la bailotean en discursos espumosos paridos por la conveniencia.
Y no habrá solución mientras los de arriba oculten esta bochornosa realidad y los otros, los que quieren subir, la manipulen tratando de librarse de las culpas.
El cólera es solo la moda de estas horas. Pero hay otras enfermedades bacterianas y virales latentes, al acecho siempre, esperando el favor del clima para atacar a los millones de organismos desnutridos y llenos de parásitos que pululan por las cuatro esquinas del país: dengue, leptospirosis, paludismo, conjuntivitis, sarampión, varicela, tuberculosis…
El hambre y el hacinamiento son grandes condicionantes de esta desgracia.
No es fortuito que la casuística de cada una de estas patologías presente sus picos más altos en los suburbios donde la miseria de sus habitantes y el desprecio de los gobiernos y de la sociedad civil son el signo. Mirar a los residenciales donde reina el bienestar, y verán que las mantienen a raya; privilegio que no gozarán, sin embargo, por mucho tiempo, pues la movilidad de los indigentes no está restringida por un gueto ni nada parecido. Los desarrapados salen en tropel a las calles, a los mercados, supermercados… a los espacios comunes a los que tienen derecho conquistado para ganarse el peso de la comida del día.
¿Quién puede convencer, entonces, al Vibrio cholerae (la bacteria que causa la enfermedad diarréica) que no traspase las fronteras de las clases sociales y que no enferme y mate a muchos ricos si la epidemia adquiere dimensiones catastróficas y se torna inmanejable?
El error fatal de este Gobierno y de los anteriores es su inercia y su gran capacidad solo para ir detrás de cada brote, no de la prevención de ellos a través de acciones sostenidas. Su alegato básico para vivir de operativo en operativo es tan simplón como irresponsable: no hay recursos suficientes.
Nada más caro que los operativos. Las acciones de emergencia –que son construidas a golpe de desidia y carencia de planificación— solo amainan los problemas por un momento y se prestan al dispendio de catervas de dinero del erario.
Dinero hay; si no, no tuviéramos excelente metro ni excelentes elevados, túneles, pasos peatonales, torres de lujo…
La lucha contra el cólera y otras enfermedades endémicas por parte del Gobierno no debería sustentarse en relumbrones. Mucho menos en el juego engañoso y peligroso de sacarlas de los primeros planos de los medios de comunicación. O, por parte de la oposición, airearlas cuando le convenga hacer ruido. Los apagones o prendiones mediáticos sobre el tema podrían engañar por un tiempo a la población incauta, pero no a las enfermedades.
Con voluntad de acero para equilibrar la carga de recursos que en las árganas lleva el burro y una chispa de consideración por los de abajo, no existirían las favelas que han asfixiado a los ríos metropolitanos Ozama e Isabela, y el cólera solo sería un rumor como la musicalidad de la lluvia que cae sobre el zinc que cobija las casitas de los pobres.
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