Trabajaban por el triunfo de Hipólito Mejía, pero les avergonzaba admitirlo, y se camuflaron en el eufemismo de enfrentar “la dictadura constitucional” que supuestamente implicaba un triunfo del Partido de la Liberación Dominicana, argumento endeble porque el dominio que se buscaba evitar no es estreno para el PLD y lo ha administrado con una madurez que no ha soslayado el consenso, y que nunca ha puesto en peligro el ejercicio de las libertades públicas.
El nuevo disfraz de Papá, el de antídoto contra la concentración de poderes del PLD, no servía para convencer a muchos, pero si para justificar los afanes pepehachistas de hacedores de opinión que de otro modo, no encontrarían como justificar el procurar el regreso a la presidencia de la República de una figura que representaba un retroceso en todos los órdenes, cuando las verdaderas razones de algunos estaban afincadas en resentimientos y frustraciones personales, que no deberían arrojarlas encima del pueblo dominicano.
Sobrestiman su incidencia real en la sociedad y pretenden dirigirla sin tomar en cuenta que la realidad no es como a ellos se les antoje, sino como es, y que son sencillamente parte de un conglomerado mediático con actores con tanta, con igual, con mayor o con menor incidencia que ellos que tienen los mismos derechos a plantear y defender sus ideas.
Llevaron a su candidato al error de creer que una estructura mediática podía sustituir la partidaria y trazaron una campaña en la que se arrogaron el rol protagónico, por eso la línea de ataques contra el gobierno, algunos de sus funcionarios y al partido oficial no surgían en forma directa por parte de Hipólito y sus voceros oficiales, sino de los altares de la “imparcialidad”.
¿Por qué Hipólito Mejía era el candidato de gente que estaba absolutamente convencida de su incapacidad para gobernar?
Porque la verdadera agenda de algunos de esos que afilaron hachas a ocultas es la de dirigir el país tras bambalinas, lo que no es posible hacerlo a través de una organización como la del Partido de la Liberación Dominicana, con un liderazgo que acepta colaboración, no dirección, y en la que una campaña se diseña en base a la estructuración jerárquica que corresponde, por lo que la división mediática está subordinada a la estratégica y no al revés.
De modo que le pesca en río revuelto puede ser menos auspiciosa en un partido con un centro de mando claramente definido, que en otro que es un sentimiento desorganizado en el que cualquiera que logre proximidad al candidato traza pautas.
Por eso la oposición a esa “dictadura” de los peledeístas, que respetan y escuchan, pero que no delegan las facultades que el elector les ha conferido.
Antiético no es que un comunicador apoye a un candidato y defienda sus creencias de cara al sol, sino por el contrario, lo que va contra la ética es ocultar sus preferencias para colarlas disfrazadas de imparcialidad.
Deshonesto es escribir artículos para publicarlos bajo la firma de un candidato que nunca ha redactado un párrafo, y que no puede hablar tres segundos de las ideas que se les han puesto a plantear.
Mezquino es querer desacreditar un proceso que ha arrojado los resultados proyectados por las encuestas de mayor credibilidad, o el haberse comprometido antes de que se depositara el primer voto a desmeritar el triunfo de un hombre que puso la fe en su trabajo por encima de todas las adversidades.
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