El conflicto sirio se enquista sin un remedio en el horizonte

Bachar al Asad

Bachar al Asad

El Cairo.- Lo que comenzó como un levantamiento pacífico contra el presidente sirio, Bachar al Asad, ha degenerado a lo largo de este año en una sangrienta guerra civil de la que no se vislumbra el fin, ante la parálisis de la comunidad internacional.

Los combates entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales se han intensificado en todo el país en 2012, entre continuos avances y retrocesos de ambos bandos.

Mientras que el Ejército sirio continuó aplastando con bombardeos focos opositores en provincias como Homs (centro) o Deraa (sur), las dos principales ciudades del país -Damasco y Alepo- se vieron inmersas en la violencia, pese a que en un inicio se mantuvieron al margen como bastiones del régimen.

Los atentados con coche bomba llegaron hasta el corazón de la capital, como el que en julio acabó con las vidas del cuñado de Al Asad y viceministro de Defensa, Asef Shaukat; del ministro de Defensa, Daud Rayiha, y de varios altos cargos.

Aquel golpe reivindicado por los rebeldes buscaba la caída del régimen, el mismo objetivo que perseguían los diplomáticos, políticos y militares que desertaron y se unieron a la oposición siria, entre quienes destaca el ex primer ministro Riad Hiyab.

Ninguna de esas acciones ha conseguido, sin embargo, forzar la salida de Al Asad, dispuesto a seguir peleando con «puño de hierro» hasta erradicar lo que considera terrorismo y criticando cualquier propuesta que suponga una «violación de la soberanía».

El clima de violencia no impidió que el presidente impulsara reformas para intentar colmar, sin éxito, las demandas surgidas al calor de la primavera árabe.

En ese sentido, se aprobó en referéndum una nueva Constitución en febrero y se celebraron comicios legislativos que ganó la coalición gubernamental en mayo, algo que los opositores vieron como meras operaciones cosméticas.

El régimen se ha mantenido por ahora a flote pese a los ataques de los rebeldes, que han seguido recabando apoyos del extranjero y dispersándose en grupos que actúan bajo el mando del Ejército Libre Sirio (ELS), cuya cúpula se trasladó en septiembre de Turquía al interior de Siria, o por separado, como algunas células yihadistas.

En ese contexto de violencia generalizada, en el que -según la ONU- se han cometido crímenes contra la Humanidad y han muerto decenas de miles de personas desde marzo de 2011, la oposición política ha sido incapaz de unir filas dentro y fuera de Siria.

Ni siquiera la nueva Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución, dominada por el Consejo Nacional Sirio (principal formación en el exilio) y reconocida por países como Francia o Reino Unido, ha logrado aglutinar hasta ahora a todos los grupos.

Posiciones irreconciliables mantienen también a nivel internacional los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, paralizado por el veto de China y Rusia a cualquier resolución contra Damasco.

El que fuera mediador internacional para Siria Kofi Annan arrojó en agosto la toalla, frustrado por esa división general, que en su opinión hacía imposible una solución política al conflicto.

El plan de Annan, que establecía puntos como un alto el fuego y el inicio de un diálogo político, quedó manchado por la fallida tregua de abril y una serie de masacres denunciadas por los opositores.

Las distintas misiones de observadores internacionales desplegadas en Siria tuvieron que ser canceladas por el deterioro de la situación, pese a lo cual el actual enviado especial de la ONU, Lajdar Brahimi, ha continuado conversando con los actores involucrados, sin una solución a la vista.

Lo único en que las principales potencias mundiales parecen coincidir es en la necesidad de apoyar una transición política para detener la violencia -recogida en una declaración conjunta aprobada en junio en Ginebra-, ante el temor de que la guerra en Siria se extienda más allá de sus fronteras.

Ese escenario no se halla tan lejos de la realidad, como han puesto en evidencia los actos violentos que se han vivido en los límites de Siria con el Líbano, Jordania, Irak, Israel y Turquía, este último en continua tensión prebélica con Damasco.

El aislamiento internacional del régimen de Al Asad ha ido creciendo, con la presión de los países occidentales por nuevas sanciones económicas y la retirada de sus embajadores, pero sus aliados -sobre todo Irán- no están por la labor de dejarlo caer.

En medio de esta encrucijada, la estampida de sirios a los países vecinos ha creado una crisis humanitaria, pues faltan recursos para acoger a los más de 710.000 refugiados que la ONU proyecta para final de año, mientras aumenta el número de desplazados internos y empeoran las condiciones de vida para la población siria en general.