El derecho a pensar distinto

Miguel Guerrero.

Un lector llamado José residente en Santiago me envió un correo diciendo que por esta columna dejó de comprar el periódico. Sin embargo, por lo que me echa en cara parece que la sigue leyendo.

El buen señor me reprocha que no le reconozca méritos a las acciones del presidente Fernández y me atribuye el creer que sólo yo conozco el camino correcto, lo que sería un acto de arrogancia que no encuadra en mi forma de ser.

A pesar de todo el derecho que le asiste, su decisión es un acto de injusticia contra muchos otros columnistas de este diario gran peso en la sociedad, algunos de los cuales frecuentemente exponen criterios muy distintos a los míos.

Al leer estas líneas iniciales, algunos lectores pensarán que concedo demasiada importancia a algo que tal vez no la tenga. Pienso que el enojo de José sí la tiene. Y merece que dediquemos en algún momento tiempos de reflexión para analizar este tipo de comportamiento.

La impresión que produce es el de que todavía en nuestro país existen personas que no entienden bien el concepto de la libertad y la trascendencia que el ejercicio de la misma tiene para el buen funcionamiento del sistema democrático y la convivencia civilizada.

Hay sin duda una enorme cantidad de personas como José renuentes a aceptar el derecho de otros ciudadanos a pensar de forma distinta, sin detenerse a analizar del peligro que corremos el día en que todos pensemos igual. Y como esa posibilidad no puede llegar de forma voluntaria, necesariamente sería el fruto de la imposición, es decir de un régimen de intolerancia política.

Lo que José  probablemente no entiende es que las posturas críticas le hacen bien a la sociedad y al gobierno que las sufre, porque la mayoría de las veces, cuando son el producto legítimo de un ejercicio libre del periodismo, ponen a los presidentes al tanto de lo que se les oculta o simplemente les recuerdan que son humanos, no divinidades.

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@GuerreroMiguele