Cincuenta y un años atrás, el sentido humanitario, la visión y dedicación del doctor Huberto Bogaert Díaz dio vida al Instituto Dermatológico Dominicano. Fue la obra a la que entregó su vida. Sobre los cimientos de esas primeras inquietudes y vocación de servicio, el notable especialista en enfermedades de la piel y el grupo de entusiastas colaboradores que reunió, animados del mismo propósito, fueron levantando una institución sin afán de lucro.
Fue un esfuerzo a tiempo completo, absorbente, de entrega absoluta al tiempo que también de entusiasta contribución del grupo de médicos y personal de apoyo que, con una alta dosis de responsabilidad social, se entregaron con entusiasmo a colaborar en el empeño. Contando con mínima ayuda oficial y algunos aportes privados, gracias a su tesonero trabajo, la fueron convirtiendo en un centro asistencial cada vez más eficiente y ampliando la cobertura de sus valiosos servicios prestados de forma gratuita.
Como primera tarea, se impusieron la erradicación de la lepra. Junto a ese significativo logro, dar atención requerida a las numerosas y variadas enfermedades de la piel, tan frecuentes y extendidas en las zonas tropicales. Consideradas por lo general, simplemente molestosas, pueden sin embargo, revestir graves riesgos para la salud de los pacientes.
No se detuvo ahí la misión emprendida. El empeño inicial fue seguido por un esfuerzo tesonero que permitió que el Dermatológico fuera creciendo en espacio y servicios conforme avanzó el tiempo. A las consultas y pruebas de laboratorio, se sumaron la fabricación de medicamentos de alta calidad a precios irrisorios; llevar las atenciones y la cura de enfermedades de la piel a los lugares más recónditos del país mediante un novedoso sistema ambulatorio motorizado, y convertir el Instituto en centro de especialización que ha egresado 258 dermatólogos dominicanos y 40 extranjeros, todos con un alto nivel profesional.
A la muerte del doctor Bogaert Díaz, en cuyo honor se le impuso su nombre al centro, su meritoria obra fue continuada por el doctor Rafael Isa Isa, quien al igual que su mentor se entregó a ella en cuerpo y alma. Su gestión no desmereció en ningún aspecto la confianza depositada en el.
Bajo su mando, el Instituto siguió creciendo en eficiencia, capacidad de servicio y un prestigio cada vez más afincado no solo en el seno de la sociedad dominicana, sino en el ámbito internacional.
El doctor Isa Isa falleció el pasado año, después de una lucha tenaz contra la enfermedad que fue minando su salud. A consecuencia, la dirección del hoy Instituto de Enfermedades y Cirugía de la Piel “Doctor Huberto Bogaert Díaz”, ha pasado a manos de otro experimentado y dedicado dermatólogo: el doctor Víctor Pou Soares. No podía haber sido más certera la cuidadosa selección. Con un historial de veinte años de servicio en el Instituto, el reúne todas las condiciones profesionales y de liderazgo para ser un digno continuador de la obra llevada a cabo por sus antecesores.
Las cifras que acaba de ofrecer el doctor Pou Soares sobre los servicios prestados por el Instituto el pasado año, dan una idea del alcance de su meritoria labor de asistencia gratuita al pueblo dominicano: más de 680 mil consultas médicas y 90 mil 718 atenciones en procedimientos especializados. Estos incluyen criocirugía, fototerapia, láser y hasta un excelente departamento de Cosmiatría. Es, además, un importante centro de trabajo donde laboran 150 médicos, 47 bioanalistas, 46 enfermeras, 18 cosmiatras y más de 300 empleados en el área administrativa.
El aporte anual que recibe del Estado es de apenas 26 millones 500 mil pesos, bastante menor que la del más minúsculo de los partidos políticos, que en función de “bisagra” apenas colectan unos cuantos miles de votos llevados a remolque el día de las elecciones.
Tan escuálida suma resulta del todo insuficiente para cubrir el costo de los servicios que presta el Instituto a favor de los sectores más necesitados de la población. Cuenta por suerte con el apoyo del Voluntariado del Patronato Dominicano de Lucha contra la Lepra, que canaliza los aportes del sector privado, así como de instituciones internacionales que le ayudan a cubrir su presupuesto, y sobre todo con un manejo estricto y escrupuloso de los fondos donde no hay fisuras para el menor dispendio.
Pero más que nada: con el meritorio espíritu de solidario de todos cuantos laboran en el centro, guiados por una permanente mística de servicio al pueblo dominicano, la misma que le imprimió su fundador y que se ha mantenido como llama incandescente a lo largo de estos cincuenta y un años de existencia de esta institución ejemplar, de la cual podemos y debemos sentirnos tan orgullosos como agradecidos.