El dilema francés: ¿más parlamentarismo o más presidencialismo?

Francia no tiene gobierno. Por primera vez desde 1962 se produce una moción de censura contra el primer ministro Michel Barnier, quien apenas tenía algo más de dos meses como jefe de Gobierno luego de que el presidente Emmanuel Macron lo nombrara en esa posición tras las elecciones legislativas anticipadas cuya segunda vuelta tuvo lugar el 7 de julio de 2024. El voto combinado de los diputados de la coalición de izquierda Nuevo Frente Popular (NFP) y el partido de la extrema derecha Agrupación Nacional (AN) dio al traste con el gobierno encabezado por Barnier luego que este invocara el artículo 49.3 de la Constitución francesa, el cual le permite al primer ministro aprobar una ley -en este caso la ley presupuestaria- sin votación parlamentaria, a menos que el Parlamento apruebe una moción de censura, como en efecto sucedió.

            Este inusual acontecimiento político ha desatado un debate sobre el alcance de la crisis política en Francia, al punto que algunos sectores se han planteado la cuestión de si el régimen de la V República, plasmado en la Constitución de 1958 auspiciada por el general Charles de Gaulle, ha cumplido su cometido. Hay quienes, incluso, especialmente en la izquierda, han comenzado a demandar la renuncia del presidente Macron, quien debe su legitimidad no al Parlamento, como sucede en los regímenes parlamentarios, sino al voto popular propio de los regímenes presidenciales. Más aún, con la fascinación que tiene la izquierda con las asambleas constituyentes, mito político que sustituyó al mito de la revolución como referente de refundación de los sistemas políticos, el líder del partido La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélechon, ha planteado la necesidad de llevar a cabo una asamblea constituyente que dé paso a la VI República.

            Sin duda, Francia se encuentra sumida en una crisis política como resultado de la fragmentación de la representación parlamentaria que hace prácticamente imposible formar un gobierno con una sólida mayoría que sirva de sustento a la gobernabilidad. Si bien Francia había tenido tres experiencias (1986-1988, 1993-1995 y 1997-2002) de cohabitación, para usar el término que acuñó el gran jurista y politólgo Maurice Duverger, esto es, un presidente de un partido político y un primer ministro con una mayoría parlamentaria de otro partido político, esta vez se ha producido un fenómeno distinto que no se había visto en algo más de cincuenta años, el cual es la dificultad de construir una coalición mayoritaria en el Parlamento, independientemente de que sea del partido del presidente de la República o de la oposición. Podría decirse que se está produciendo la “italianización” del sistema político francés.

Francia ya tuvo una relativa larga experiencia de crisis e inestabilidad política en el marco de la IV República, durante la cual hubo veintidós gobiernos en doce años (1946-1958), en medio de un país devastado por la guerra y afectado sensiblemente por la derrota de su ejército en Indochina y por las grandes convulsiones sociales que generó la Guerra de Independencia de Argelia. El régimen político resultó ser ineficaz, con un gobierno débil y una recurrente crisis parlamentaria que hizo prácticamente imposible la gobernabilidad.

En ese contexto de fracaso del régimen político de la IV República, el general de Gaulle, quien gozaba de un enorme prestigio por haber dirigido la resistencia francesa contra la ocupación nazi y haber presidido el gobierno provisional (1944-1946) que dio paso a la democracia tras el fin de la II Guerra Mundial, recibió el mandato de encabezar de nuevo el gobierno y redefinir el sistema político con miras a lograr estabilidad y gobernabilidad. Esto lo hizo a través de la Constitución de 1958 que creó la V República y estableció un nuevo tipo de régimen político que se conoce como semipresidencialismo, esto es, una combinación de elementos del modelo parlamentario y elementos del modelo presidencial, un aporte original del constitucionalismo francés. Esta fue la respuesta del general de Gaulle para dotar de fortaleza al Poder Ejecutivo, pero sin renunciar del todo a la vieja tradición parlamentaria francesa y europea en general.

En este diseño institucional, el presidente de la República, en tanto jefe de Estado, no es una simple figura decorativa como es el caso de otras repúblicas parlamentarias (Italia, Portugal, Alemania, entre otros países), sino que, como se dijo, cuenta con legitimidad propia sustentada en el voto popular, con un período fijo en el poder y facultades reales sobre la política exterior y defensa. A su vez, el primer ministro, en tanto jefe de Gobierno, expresa la mayoría parlamentaria y tiene a su cargo los aspectos relativos a la política doméstica, incluyendo el manejo presupuestario. Sin duda, el régimen semipresidencial ha resultado exitoso y beneficioso para Francia. De hecho, algunos autores, entre ellos el gran pensador político Giovanni Sartori, lo han visto como una mejor opción que el presidencialismo y el parlamentarismo en sus formas puras, aunque lo cierto es que ninguna de las formas de gobierno puede considerarse a priori, al margen de los contextos nacionales, superior a las otras.

Frente a las demandas por cambiar de nuevo el sistema político francés ante la presente crisis de gobernabilidad, la pregunta que hay que hacer es qué se busca, ¿más parlamentarismo o más presidencialismo? Si se abandona el semipresidencialismo para volver a un parlamentarismo puro, lo más probable es que se ahonde la crisis debido a que se prescindirá de la figura más estable del sistema político que es el presidente electo por el voto popular. En cambio, moverse hacia un presidencialismo al estilo estadounidense, que podría ser una buena opción, implicaría una ruptura muy radical con la tradición política francesa y un injerto difícil de asimilar dado que se trata de un contexto político-partidario muy diferente al de Estados Unidos.

En todo caso, donde parece residir el problema no es en el diseño del régimen político de la V República, sino en la fragmentación de la representación parlamentaria que no se resuelve simplemente con una reingeniería constitucional. Así, en lo que se reconstruyen partidos o bloques con vocación mayoritaria y se restablezca la normalidad en el funcionamiento del sistema semipresidencial, será necesario poner a operar el arte de la negociación política que haga posible forjar coaliciones ideológicamente complejas, pero que sirvan de sustento a la estabilidad y la gobernabilidad. Se trata, por supuesto, de una tarea sumamente difícil que requiere del liderazgo político una mezcla de visión, pragmatismo y voluntad, que es probablemente lo que ha faltado en esta novedosa y delicada coyuntura política por la que atraviesa actualmente Francia.