En uno de mis artículos anteriores me declaré un sobreviviente de los discursos de Danilo Medina, y proclamé que dentro de algunos años contaría a mis nietos cómo “desplegaba la tentativa sorprendente, casi inconcebible, de robarnos la realidad”. Oirán mis interrogaciones con asombro: “¿De qué país hablaba este hombre como si fuera un mal poeta que se burlaba de sus oyentes crédulos? ¿Dónde está ubicado ése país mítico en el cual todas las cosas están resueltas y él se enseñorea como un Dios? ¿No vivo yo allí, no es él ciudadano de mi misma ciudad, no moramos el mismo espacio tiempo? ¿Y por qué los seres comunes no se reconocen en ése mundo que él pinta, en ese mundo que solo él ve?
Sin embargo, luego de éste discurso del 27 de febrero pasado, he pensado seriamente en irme a vivir al mundo de ensueño que sus palabras labran desde una boca mil veces mentirosa. El Metro de Leonel, al menos, podía presumir de modernidad concreta; a pesar de que fuera un traje muy lujoso cubriendo el cuerpo de un leproso. Las estadísticas del progreso del presidente Medina, en cambio, edifican ante nuestros propios ojos el universo imaginado de Panglos. Camino por los barrios y es como si la vida se hubiera detenido. Veo la incertidumbre de la clase media, una clase media reducida en más de un 4%; y al pequeño burgués esquivo por el miedo filoso de la inseguridad ciudadana. Me recuesto en la miseria verdadera que atosiga sin piedad, veo las calles llenas de indigentes, la corrupción pontificando, impune; los hospitales cayéndose a pedazos, la educación pendiendo de la voluntad cesárea de un pequeño déspota que proclama haber hecho una “revolución”, pero los resultados del sistema educativo son una tragedia. Los barrios miserables con sus jóvenes sin la más mínima esperanza de movilidad social. En fin, que el apogeo de una propaganda atronadora (poco más de 8 mil millones de pesos se gasta el gobierno en construirle el pedestal de un Dios a través de la propaganda, a éste Presidente providencial) me ha hecho pensar seriamente en irme a vivir al mundo de ensueño que Danilo Medina nos construye cada vez que habla.
Lo que ocurre es que, oyéndolo, la razón me estalla en pedazos. Ulises Francisco Espaillat siempre decía, lo he repetido una y otra vez, que el nuestro era un país que vivía exiliado de la razón. La razón es un bicho extraño en la práctica política dominicana. Y el poder tiene entre nosotros licencia para mentir. Pero Danilo Medina abusa. Se aprovecha del poder mediático que ha construido con los fondos públicos, y se atosiga por erigirse en mito manipulando un poder que secuestra todo el andamiaje institucional de la nación, y encima de eso quiere secuestrar también la realidad. ¿Por qué sus palabras no tocan, no conmueven la vida real de los barrios, el espectáculo de la pobreza material; puesto que nada sucede de verdad en sus vidas, y todo continua igual, y la gente se ve nacer y morir unos a otros morando en la misma miseria, en la misma cuartería, en el mismo patio, en la misma desesperanza? ¿Qué hace que el espesor de las palabras que Danilo Medina pronuncia para describir una sociedad que nadie conoce, sean la profusión barata de una ilusión, de un engaño?
Si el mistagogo me pudiera explicar esta ecuación desastrosa, me reconciliaría con la razón. Porque, si bien es cierto que el progreso trae juntas la racionalidad y lo que la amenaza, hay que recordar también que ha sido una constante promesa de los grupos gobernantes en el país desde el siglo XIX; y que aunque se ha diluido en clientelismo demagógico, partidocracia corrupta, y prebendalismo, sigue siendo una aspiración colectiva. Un país estancado, sin movilidad social desde hace casi catorce años. Una clase media agarrada de un clavo caliente, obligada a camuflarse, aferrada al péndulo que va de la pobreza paulatina a la depauperación; barrios superpoblados de una juventud sin esperanzas, generaciones enteras perdidas en la miseria y el espanto de vivir la injusticia de una sociedad empinada sobre la inequidad brutal y constante de la historia. Es por eso que es mejor irse a vivir al mundo de ensueños que nos dibuja el presidente Danilo Medina, un mundo mentiroso, es cierto; pero mucho mejor, porque en el verdadero la existencia es insoportable.