Cuenta la historia de un país en donde no se habla de problemas mentales porque todos somos perfectos. En ese país, más vale no querer ser diferente porque entonces te tildarán de loco y buscan la forma de hacer que tu voz no retumbe por todo lo alto.
Hace unas semanas, quienes me siguen en las redes habrán visto que entre las iniciativas benéficas con las que colaboro, está el caso de doña Altagracita. Desde que tengo uso de razón, me acuerdo de doña Altagracita andando en los alrededores de la Sarasota con Churchill. Mi amiga Michelle me pidió la acompañara para conocer su casa y fue allí donde conocí a su hijas.
Doña Altagracita sale todos los días a mendigar las monedas que pueda para mantener a sus dos hijas, quienes sufren de impedimentos físico. Pero el tema central no es hablar de ella, sinó de lo que nos llevó a Michelle y a mi a conocer el Hospital Juan Pablo Pina. En el hospital nos recibió un señor muy amable llamado Salvador Romero a quienes todos en el hospital saludaban con mucho afecto y quien se ganó todo mi respeto y admiración porque su vocación de servicio y su deseo de ayudar era evidente. Sin embargo el caso del doctor a cargo del hospital psiquiátrico era otro completamente distinto.
Lo primero es que no nos dejó contarle la historia de la hija de doña Altagracia, quien luego de quedar embarazada tras ser violada perdió a su hijo justo luego de haber nacido. Hasta hoy, es esquizofrénica y en la pequeña habitación donde viven tres personas no hace más que dormir y con frecuencia tener ataques de ansiedad que la llevan a presentar episodios de violencia, agarra botellas y hace alusión a como fue abusada sexualmente. A esto, se le suma la pérdida de su hermano hace más de diez años a manos de la policía.
Cuando nos acercamos a donde este doctor a cargo del hospital, nos preguntó “qué hacíamos nosotras.” En resumidas cuentas, le comentamos que habíamos sido compañeras de trabajo y que actualmente aunque cada una manejaba su propio emprendimiento y que actualmente ayudamos personas y demás. No le interesó nisiquiera saber sobre el caso del paciente, de hecho se burló de nosotras por haber querido ir hasta allá solamente por ayudar, sin que nos estuvieran pagando por eso y porque “hacíamos tantas cosas.” Ganas no me faltaron de contestarte que así somos los jóvenes que queremos hacer un cambio. Preferimos sacrificarnos aveces por crear conciencia social y por darle oportunidades a aquellos que vemos que no tienen acceso a mejor calidad de vida que la que hay en los barrios marginales, pero claro que eso ha de parecer absurdo para quienes no tienen problema en pasarse todos los días sentado en una silla esperando que el gobierno le deposite su quincena sin tener que mover un dedo.
Me parecería mejor que a ese doctor el gobierno le de el capital para poner una carnicería ya que probablemente le daría a los cortes un trato similar al que le da a un paciente y que en su lugar pongan a alguien que si esté dispuesto a velar por la sanidad mental de los pacientes que acuden al hospital.