El Hombre Perfecto

Nosotros los seres humanos tratamos de ser perfectos, pero solo perfecto es Dios. En Mateo, Capitulo 5, Versículo 48, dice: “Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Nunca vamos a ser perfectos, ahora bien tratamos de semejarnos a Dios, y esa es la motivación que debe tener todo cristiano, el tratar de ser perfecto como Dios es perfecto.

Un cordial saludo a todos mis queridos lectores, esperando se encuentren bien de salud.

Nosotros los seres humanos tratamos de ser perfectos, pero solo perfecto es Dios. En Mateo, Capitulo 5, Versículo 48, dice: “Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Nunca vamos a ser perfectos, ahora bien tratamos de semejarnos a Dios, y esa es la motivación que debe tener todo cristiano, el tratar de ser perfecto como Dios es perfecto.

Quiero contarles una historia que fue escrita por Antony de Mello, y lleva por título: El plato de Leche, y dice así: Había una vez un hombre que tenía el más santo de su pueblo, puesto que se pasaba el día leyendo la Biblia y rezando. Un día se atrevió a preguntarle a Dios si, efectivamente, era él el más santo de ese pueblo, como la gente decía. Y Dios le respondió que no; que había un hombre que era más santo que él, y le indicó quién era y dónde vivía. Aquel buen hombre, movido por la curiosidad, se  dirigió hasta el lugar que Dios le había indicado, era una cabaña  en las afueras del pueblo, y decidió observar de lejos a este gran hombre que según Dios, era más santo que él. El hombre en cuestión era un pobre leñador, con su esposa y cuatro hijos que mantener. La observación no resultó muy entretenida, puesto que el hombre se pasó todo el día cortando leña sin parar, excepto para comer algo a media mañana, a la hora de almuerzo y a media tarde, previamente dando gracias a Dios por el trabajo y la comida que le daba. La otra pausa que hizo, fue para ayudar a otro campesino que pasando por ahí, rompió una rueda de su carreta. Eso fue todo lo que pudo observar. De regresa a su casa le reclamó a Dios: ¿Cómo puede ser, Señor, que digas que ese hombre es más santo que yo? Si es un pobre ignorante, que apuesto que jamás leyó la Biblia porque analfabeto es. Y lo único que hizo es pasarse el día cortando leña. Dios lo hizo callar, y le ordenó que para probar su fidelidad, llenase un plato con leche, y recorriese las calles del pueblo sin derramar nada. Nuestro hombre, deseoso de demostrar su fidelidad, obedeció al ínstate. Los habitantes del pueblo lo miraban con curiosidad y más de uno dejó escapar una carcajada al ver a nuestro amigo en tan extraña labor, pero él iba tan absorto en su tarea que podría haberle pasado un camión por encima y no se iba a dar cuenta.

Al terminar su recorrido, orgulloso de no haber derramado ni una sola gota, esperó con satisfacción un reconocimiento divino, pero Dios sin decir más nada le preguntó: Dime, ¿Cuántas veces te acordaste de mí mientras caminabas? Y el hombre respondió: ¿Como iba a tener tiempo de pensar en algo? Estuve todo el tiempo tan concentrado cuidando de no derramar ni una gota de leche que no podía distraerme en otra cosa. ¿Y así quieres ser el más santo del mundo? Ese pobre campesino tuvo que trabajar todo el día para alimentar a su familia, pero sin embargo tuvo tiempo te acordarse tres veces de mí, y de ayudar a otro a reparar su carreta. En cambio tú, en todo el tiempo que llevaste ese plato de leche, no te acordaste ni una vez de mí, y ni siquiera viste a ese niño que te pidió una moneda ni a la anciana que tropezó en la calle y te necesitaba para que la ayudases a levantarse. Si de veras quieres ser santo, debes aprender a cumplir con tus obligaciones diarias, sin dejarte absorber por ellas, dándote tiempo para acordarte de mí y prestar atención a los que te rodean y necesitan de ti.

Mis queridos lectores, para el cristiano, no le basta con hacer cosas. Eso es una necesidad. Ahora, es necesario que lo que hagamos y lo hagamos conscientes de por qué lo hacemos, o mejor dicho por quien lo hacemos, y cómo lo hacemos. No tiene sentido el trabajar visitando casas, jugando con los niños y preparando fiestas si no somos plenamente conscientes que lo hacemos por Cristo.

Termino con el Versículo 12 del Capítulo 12 de la Carta de San Pablo a los Filipenses que dice: No creo haber conseguido ya la meta, ni me considero perfecto, sino que prosigo mi carrera hasta alcanzar a Cristo Jesús.

Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.