Por Miguel A. Matos
El lengua larga o el deslenguado es una clase de persona, que además de mentirosa, no es baúl de nadie y por lo tanto, no guarda secretos. Todo el mundo le teme y rehuye, evitando así de correr el riesgo de ser involucrado en algo desagradable. Es el clásico chismoso que vive averiguando la vida de los demás, sufriendo de una patológica curiosidad.
Es algo increíble, pero lamentable el defecto del joven Carlos, un dependiente de un colmadón de un sector de clase media. Hábilmente se la ha ingeniado para atraerse como informantes gratuitas a mujeres del servicio doméstico, su “fiel clientela”. Tras ser ascendido de “delivery” a dependiente, se ha ganado el mote de “lengua larga” y fama “de averiguao”. Conoce a los padres de familia del sector, así como a los hijos, jóvenes y adolescentes, asiduos clientes del establecimiento.
Este individuo, a través de sus informantes, se entera de la vida de los hombres y mujeres del sector, sabe lo que comen, donde laboran, si son empleados públicos o privados, cuanto ganan, a que hora salen y llegan del trabajo; si tienen carros o son peatones, si la señora es casada o vive en concubinato, si duermen siesta o no.
Carlos, vive hablando de todo el mundo y metiéndose en lo que no le importa y creando situaciones preocupantes, que hasta perjudica al dueño del negocio, pero ante las quejas de los clientes, éste no lo despide, por temor a que difunda ciertos secretos de su vida privada.
Joven soltero, pero enamoradizo, Carlos se pasa los días piropeando y acosando a las trabajadoras domésticas, tratando de conquistarlas. Y al rechazar éstas sus pretensiones amorosas, de inmediato pone en juego su habilidad de chismoso y calumniador, para difamarlas. Esa situación de “metiche” ha producido merma en la clientela del colmadón, ganándose, por supuesto, la repulsa de la gente y perjudicando el negocio.
Aunque usted no lo crea, La Biblia condena a personas como Carlos, cuando dice que “el que guarda su boca guarda su alma; más el que abre mucho sus labios tendrá calamidad”, (Proverbios 13:3). “La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosques enciente un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
Añade que “toda naturaleza de bestias y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios” (Santiago 3:5-8).
Al respecto, recuerdo, en mi niñez, que mi abuela me contaba que en un lejano reino había un barbero hablador, y que gobernaba un rey que tenía en la frente dos protuberancias que parecían chifles. El soberano vivía bajo el temor de ser descubierto por sus súbditos y que erróneamente lo consideraran como un engendro satánico.
El rey se había dejado crecer una abundante cabellera, para cubrir las protuberancias, pero la melena le molestaba porque le obstruía la visión. Llamó al único barbero del pueblo, para que lo recortara, y le advirtió que le guardara el secreto, o de lo contrario, ordenaría separar su cabeza del cuerpo.
El barbero, un consuetudinario hablador, tras recortar al rey y conocer el secreto de los “cachos”, no durmió esa noche, ni las siguientes, deseoso por contarles a sus amigos tan tremendo descubrimiento, pero se abstenía de hacerlo tras recordar la advertencia del rey.
Toda la mañana el barbero al higienizar su boca, echaba agua a una pequeña mata de lechoza, y le decía: “Matica de lechosa, el rey tiene cachos”. Al crecer la mata, unos muchachos cortaron algunos tallos e hicieron flautas y al soplarlas escucharon el siguiente sonido: “fui, fuio, el rey tiene cachos”, enterándose todo el mundo del secreto. Se cumplió la advertencia del rey en contra del barbero.
Dice el sabio Salomón que “ni aún en tu pensamiento digas mal del rey, ni en lo secreto de tu cámara digas mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas harán saber la palabra”, (Eclesiastés 10:20).
Moraleja: ¡Cuídate de de no ser como los lenguas largas y chismosos, para que no te confundan con los Carlos, que aparecen en todo lugar, a los que cada día estamos expuestos!
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