El machismo está en los tuétanos, de hombres y mujeres. Desde pequeñitos se aprende a ser machista: a dar preeminencia a los varones en ciertas tareas y a las hembras en otras; a valorar más las acciones de los varones; a asignarles grandes expectativas y logros. Así va estructurándose una jerarquía mental y social que define las relaciones entre hermanos y hermanas, padres y madres; amiguitos y amiguitas.
En las escuelas, los varones se sienten más cómodos por su estatus privilegiado. El poder del conocimiento es asignado sin cuestionamientos. Pueden enamorarse de una niña y decírselo (no así una niña a un niño). Llegan a la adolescencia, y el patrón se mantiene. Las jóvenes esperan que aparezca un galán, y les haga el favor, literalmente, de enamorarse de ellas.
Y cuando aparece tienen que mentir, pretender que no les interesa. Recuerdan la lección: tienes que darte a respetar; lo que significa, entre otras cosas, no aceptar rápidamente una propuesta que quizás deseaban desde hacía tiempo. ¡Pero no!, no pueden declararse; está vedado a las mujeres. La pasividad es la regla, y quien se salga del molde, es loca, puta o malévola.
Luego, cuando una joven logra la relación esperada, tiene que ser paciente si el novio se “embulla” con otra. Si no, es diabla celosa. La auto represión se impone. Y si a ella se le ocurre enamorarse de otro, que se encomiende, porque hasta morir podría de un “ataque pasional,” como llaman a los feminicidios, esa guerra mortal desatada contra las mujeres. El machismo es una enfermedad mental que puede llevar a matar.
En las escuelas y universidades, las niñas y las jóvenes obtienen ahora las mejores calificaciones y muchos premios. A veces me preguntan ¿por qué? Mi respuesta es: porque la educación ha sido la escalera para lograr que se valore un poco a las mujeres; no por sus curvas ni sus sacrificios maternos, sino por su cerebro.
En pleno siglo 21, pocas mujeres son presidentas de un país; pocas son senadoras, diputadas, alcaldes, ministras; pocas dirigen una gran compañía privada, o son directoras de un periódico o canal de televisión. ¿Por qué? ¿Por brutas? ¿Porque no quieren? ¿O porque las bloquean? El machismo es una enfermedad mental que produce exclusión social.
Las religiones ofrecen narrativas horripilantes sobre las mujeres. Adán y Eva, la costilla, la manzana: ¿se imaginan? Las iglesias de todas las denominaciones cristianas están repletas de mujeres, pero los hombres dirigen los servicios religiosos. En el islam, hombres y mujeres quedan físicamente separados, y solo los hombres dirigen los servicios. Son instituciones que han moldeado gran parte de la humanidad por 2000 años, reproduciendo una visión negativa o diminutiva de las mujeres, excepto el rol puro de la virgen en el cristianismo, definida así por la asexualidad en la concepción.
¿Y qué decir del padre, el hermano, el tío, o el desconocido que viola una niña, una joven o una mujer adulta? Utiliza su pene como arma de destrucción.
Las mujeres no han sido totalmente aplastadas porque la naturaleza hizo de sus cuerpos el hogar de las criaturas hasta el nacimiento. Sin las mujeres nadie existiera. Pero todas las instituciones, a través de la historia, se han propuesto tratarlas a menos, disminuirlas y hasta maltratarlas. El machismo es un mal que cunde la humanidad.
Y nunca olviden las atrocidades del principal macho destructor de este país, Rafael L. Trujillo. Hizo con las mujeres lo que quiso; por política, por sexo y deseo perverso.
Artículo publicado en el periódico HOY
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