Muchos periodistas, y también políticos, por qué no decirlo, han vivido con la angustia resultante del intento de degradación moral puesto a cargo de un ejército de lisiados mentales, cuya única misión en las redes es denigrar a todo aquél con entereza moral suficiente para exponer sus ideas y defenderlas aún a costa de marchar en la dirección contraria a la de la corriente. Y como entregarse a la manada y a quienes las arrean, les permite a muchos dormir tranquilo y hacerse el simpático, esta gente se sale muchas veces, aunque no siempre, con la suya.
Los epítetos que me han lanzado por mis posiciones sobre los temas objeto de discusión, trátese de la política, la economía, el medio ambiente, el deporte y la cultura, llenarían una enciclopedia, pero el impermeable que calzo sobre mi cabeza me protege de esas aguas sucias. Muchos dominicanos temen decir lo que piensan, no tanto por temor al gobierno, sino para no hacerse el blanco de una crítica o una burla en las redes por gente que apenas sabe escribir y con escaso sentido, si lo tiene, de urbanidad. Por esa causa periodistas, políticos y ciudadanos temen endosar posiciones buenas de un gobierno o las de un adversario político. En mi caso apoyo lo que entiendo correcto venga del gobierno o de la oposición, porque no todo lo que hace el primero es malo y bueno cuanto dice el segundo.
Algunos amigos me han llamado atemorizados, sin saber qué hacer, por el contenido de un tweet, un párrafo en Facebook, un comentario ofensivo en la radio o un pasquín, reclamándoles de mala manera por una declaración sea personal o de alguna asociación a la que pertenecen. Les he dicho que ante situaciones como esa sólo hay dos opciones: ignorarlas o llevarlas a la justicia. El mal uso de las redes, por quienes han encontrado en ellas el lugar para mostrar sus mediocridades, contamina el mejor aliado de la libertad que la humanidad jamás ha tenido.