Las autoridades suelen valerse de las cifras para ilustrar sus argumentos sobre la recuperación nacional. La economía, dicen cada año, creció todo lo que se les ocurre y ello es mostrado siempre como evidencia de cambios sustanciales. Los números, agregan, son reales avalados por organismos internacionales. De manera que el año próximo, es ya una letanía, la situación ofrecerá a los dominicanos nuevas oportunidades de progreso y bienestar. El caso es que el crecimiento por sí sólo no significa mucho, si bien es cierto que sin él no puede haber mejoría alguna.
El problema consiste en que a pesar del crecimiento económico alcanzado a lo largo de varias décadas, la situación de la población no cambia. Y para colmo, más ciudadanos se encuentran hoy bajo la llamada línea de pobreza extrema que nunca antes en los últimos cincuenta años. Peor aún, la clase media ha comenzado a empobrecerse, bajo el peso de la inflación y la voracidad fiscal. Tal vez sea todavía muy pronto para evaluar lo que el año a punto de expirar representó para los dominicanos. Y lo será también para predecir qué nos puede deparar el 2014, un año de preparativos electorales anticipados.
Las esperanzas que generan en amplias capas de población el optimismo oficial respecto a la economía, chocan con la posibilidad real de que las prioridades nacionales sucumban ante el avance arrollador de los intereses partidistas. Si el gobierno se mantiene fiel a sus obligaciones esenciales, cumple con las metas de los acuerdos y compromisos internacionales, disciplina el gasto público y se somete a una austeridad acorde con las realidades, el país podría avanzar en la dirección correcta para superar las incertidumbres. Pero debemos prepararnos para lo peor si cede en cambio a la tentación de entregarlo todo a cambio de un permanente control de los poderes estatales que amenaza la libre práctica democrática.