Los dos sínodos sobre la familia, del 2014 y del 2015, han estado entre los más movidos de la historia, al punto que al comienzo de la segunda sesión, en el 2015, trece cardenales de primer nivel escribieron una carta al papa Francisco, justamente para denunciar las maniobras destinadas a producir “resultados predeterminados sobre importantes cuestiones controvertidas”.
Pero precisamente, el resultado de ese doble sínodo ya había sido decidido antes que se celebrara. Y su coronación fue la exhortación post-sinodal “Amoris laetitia”, con la que Francisco dio vía libre a los divorciados que se han vuelto a casar, a pesar de que un buen tercio de los padres sinodales se pronunciaron en contra.
Por el contrario, el Sínodo sobre los Jóvenes que concluirá el domingo 28 de octubre para el más pacífico de todos.
Tan pacífico que también el argumento más explosivo entre esos meses de discusión – respecto al juicio sobre la homosexualidad – ha sido prácticamente desactivado.
Las discusiones en el aula sinodal estuvieron cubiertas por el secreto. Pero a la vista de cuanto se hizo público por las fuentes de información oficial no hubo una sola intervención a favor de un cambio de la doctrina católica sobre la homosexualidad.
Pero el ”Instrumentum laboris”, es decir, el documento de partida sobre el que los padres sinodales han sido llamados a debatir, parecía prometer chispas, cuando en su parágrafo 197 escribió (entre otras cosas, introduciendo por primera vez en un texto oficial de la Iglesia el no inocente acrónimo LGBT):
“Algunos jóvenes LGBT, a través de distintas contribuciones que llegaron a la Secretaría General del Sínodo, desean ‘beneficiarse de una mayor cercanía’ y experimentar una mayor atención por parte de la Iglesia, mientras que algunas CE se cuestionan sobre qué proponer ‘a los jóvenes que en lugar de formar parejas heterosexuales deciden formar parejas homosexuales y, sobre todo, quieren estar cerca de la Iglesia’”.
Y por el contrario nada. Cuando se llegó a debatir este parágrafo en la tercera semana del Sínodo, ni siquiera esos padres sinodales de los que se conocía la orientación innovadora salieron a la luz.
Más aún, para leer las pocas líneas dedicadas al tema en aquél de los 14 “circuli minores” que se esperaba fuera el más motivado para innovar, el “Anglicus B” presidido por el cardenal Blase J. Cupich, uno se queda impactado por su explícita referencia a la doctrina tradicional sobre la homosexualidad contenida en el Catecismo.
He aquí, en efecto, como el relator del ”Anglicus B” ha retomado la orientación general de su grupo de trabajo, en la “relatio” presentada en el aula sinodal el 20 de octubre, respecto a los jóvenes “que tienen atracción por el mismo sexo”:
“Proponemos una sección separada para esta materia, cuyo objetivo principal sea el acompañamiento pastoral de estos jóvenes y que siga las líneas de la respectiva sección del Catecismo de la Iglesia Católica”.
En consecuencia, sin cambiar una coma del Catecismo, que en los parágrafos 2357-59 dice de los homosexuales que “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza”, pero también que “están llamados a la castidad”, porque su “inclinación” es “objetivamente desordenada”.
También otros “circuli minores” han discutido la cuestión, pero insistiendo siempre – según sus registros escritos– sobre la bondad de la visión tradicional de la Iglesia y sobre la exigencia de la “conversión” de los homosexuales para que vivan una vida casta.
Con estas premisas, parece entonces improbable que el documento final del Sínodo, que está en discusión desde el martes 23 y será votado finalmente el sábado 27, signifique un punto de inflexión en el tema de la homosexualidad.
Pero justamente porque los que apretaron el freno han sido también los padres sinodales más cercanos a Jorge Mario Bergoglio, es verosímil que esto no sea de hecho un fracaso de las expectativas del Papa, sino al contrario, sea el fruto de una decisión suya.
Probablemente una decisión tomada en los trabajos en curso, visto el dramático momento que la Iglesia Católica y el mismo papado atraviesan en el escenario mundial, en medio de un cataclismo que tiene su propio apogeo justamente en las prácticas homosexuales desordenadas de numerosos ministros sagrados.
Según las normas estatutarias, un Papa no interviene jamás en la redacción del documento final, que incluso debe ser “ofrecido” a él al final del Sínodo.
Pero esta vez Francisco ha hecho una excepción, para seguir lo más cerca posible la composición del texto. Quien lo reveló fue “L’Osservatore Romano”, en su edición impresa en las primeras horas de la tarde del martes 23 de octubre, en la que se lee que en los trabajos de redacción del documento “el lunes a la tarde participó personalmente también el papa Francisco”.
En una conferencia de prensa, el 23 de octubre, a la pregunta si habrá en el documento final, como ya en el ”Instrumentum laboris”, un pasaje que haga referencia “a los jóvenes LGBT”, el cardenal filipino Luis Antonio Tagle – personaje insigne de la corriente bergogliana – respondió que “el tema estará presente en el documento, pero en qué forma y con cuál enfoque no sé”, haciendo de todos modos intuir que no se reproducirá el acrónimo LGBT, que había levantado numerosas protestas desde antes del comienzo del Sínodo.
Una respuesta en línea con la tradición la dio también Tagle a otra pregunta sobre qué hacer respecto a la difundida presencia en los seminarios de jóvenes homosexuales candidatos al sacerdocio. Dijo que también “en el respeto constante de la dignidad humana, hay también algunas exigencias y requisitos que debemos considerar”, para que no estén “en contradicción con el ejercicio de un misterio”.
Y el 24 de octubre, en una conferencia de prensa, el cardenal alemán Reinhard Marx – otro líder del ala progresista y miembro “de peso” del “C9”, el Consejo de Cardenales que ayudan a Francisco en el gobierno de la Iglesia universal – cortó la cabeza al toro. Ha dicho que «la cuestión de la homosexualidad jamás ha estado entre los temas centrales del sínodo». Y ha excluido taxativamente que el acrónimo LGBT entre en el documento final: “No debemos dejarnos condicionar por presiones ideológicas, ni utilizar fórmulas que puedan ser instrumentalizadas”.