Qué gran tabú es este de que se diga que las mujeres no podemos ser igual de productivas que los hombres, ni ocupar puestos de trabajo que sean igual de importantes o prestigiosos. Creo que el principal problema es que las mujeres mismas nos esforzamos en ocupar puestos que no nos corresponden. Ser una mujer decidida, profesional y exitosa no necesariamente implica dejar de ser femininas o descuidar el papel que bíblicamente Dios ha previsto para nosotras.
Si vemos en la Biblia, en las Bodas de Caná la idea de buscar más vino no fue la de Jesus, sinó de su madre María. Jesus logró ese milagro por recomendación de una mujer y ese ha de ser el papel de nosotras en las sociedades: el de guiar, ayudar, y educar.
Las mujeres, quizás por nuestro instinto maternal, somos más sensibles y capaces de comprender el sufrimiento humano, las necesidades de los menos afortunados y tenemos más paciencia para ayudar a aquellos que tienen limitaciones que nosotros quizás no tenemos. Ese poder nos concede una responsabilidad imperativa de contribuir a la sensibilidad social, a la ética y a la educación. En la región Latinoamericana cada día hay más necesidad de programas que contribuyan a fortalecernos como región e intentar revertir la pobreza y la desigualdad, lo cual resulta difícil ya que la educación pública está a manos de gobiernos que tienden a la corrupción, al engaño y al manejo poco responsable de sus presupuestos. La única forma en que se puede lograr un desarrollo sostenible es que se promueva la educación y la cultura como una forma de empoderar la economía, con ciudadanos capaces de ser productivos en la sociedad y que teniendo la libertad de ser parte de un sistema de gobierno corrupto, burocrático y engañoso opten por llevar a cabo negocios que fomenten la igualdad de oportunidades ante la ley, la eficiencia en los resultados y la honestidad en el intercambio.
Recomendación de la semana: Ver el siguiente video de Bertha Pantoja