El parque de las estatuas y los bustos

Tony Pérez.

Los bustos y las estatuas, aquí, son lugares perfectos para las irreverencias más crueles a los héroes y mártires nacionales y extranjeros que con tales obras han querido ensalzar las autoridades.

Meaderos y dormitorios de: vendedores de chucherías, mendigos, alcohólicos, drogadictos y locos; madriguera de paso para malhechores; pizarras para graffitis; espacios de “chuliaderas” a la libre y estantes para guardar utensilios de los niños y jóvenes limpia-cristales de vehículos; basurales improvisados; descanso para carreteros y sus caballos huesudos y sedientos; puntos de drogas y repartición de lo ilícito…

Los transeúntes y conductores les pasan por los lados sin saber que han pasado, como cualquier mural hecho sin criterio… Nada llama la atención allí que no sea una secuencia permanente de escenas indecentes en un espacio prostituido por la dejadez de las autoridades.

Ni siquiera muestran lápidas que especifiquen los nombres, las fechas de nacimiento y muerte, y los aportes de las personas homenajeadas. Si la curiosidad le lleva a usted hasta esos espacios tristes, no sabrá en ese momento a quien se refieren tales figuras, salvo que tenga dominio de historia o que algún caminante solidario se lo diga…

Sin conocimientos previos ni el espaldarazo de un samaritano, no sabrá si se trata del guerrero nuestro Máximo Gómez (El viejo) o Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolivar y Palacios Ponte y Blanco o Simón Bolívar, libertador de Venezuela y fundador de la Gran Colombia. Desconocerá si sobre su caballo erguido, Gómez empuñaba un machete o una espada o una copa de aguardiente; alguien se la arrancó de la mano.

No sabrá si es Fray Antón de Montesinos, defensor de los oprimidos, o si un bipolar gritándole al mar, porque solo podrá verlo desde la distancia, cuando circule por el Malecón. Su gran monumento está clausurado hace años para fines de remozamiento…

Ni siquiera sabrá si ciertos monumentos de piedra o bronce corresponden a Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Juan Bosch o Peña Gómez… O si a Juan de los Palotes.

Ni pensar este panorama tenebroso en Estados Unidos, Cuba, Venezuela, Japón o en cualquier nación donde respeten los símbolos patrios, la identidad nacional, la cultura, las relaciones internacionales… Fuera de nuestro territorio, los citados son espacios solemnes 24 horas al día, siete días a la semana, todo el año, todos los años; cuidados celosamente por militares… Allí solo cabe la reverencia con el objetivo de perpetuar en las mentes de las generaciones grandes obras lideradas por hombres y mujeres de carne y hueso.

Pero como aquí es una quimera pedir el ritual de una guardia permanente para cada monumento, una solución a esta desvergüenza nacional e internacional sería que Gobierno y alcaldías del Distrito y la provincia coordinen recursos para reconstruir rápido el abandonado parque Eugenio María de Hostos, en la vital avenida Georges Washington, y trasladar hacia allá todas las estatuas y los bustos posibles.

Así, dominicanos y turistas,  tendremos a la vista el “Parque de las Estatuas Eugenio María de Hostos”, el cual serviría para salvar nuestro honor y nuestros valores y, a la vez, como destino para excusiones educativas de todos los centros escolares y universitarios del país. Quizás ello ayude a reducir la sarta de barbaridades que argumentan estudiantes y reinas de belleza cuando los medios les formulan preguntas al respecto.

¿Cuánto me pagan por esta idea?
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