El máximo pecado que puede cometer un obispo no es desobedecer los Diez Mandamientos (que, a falta de correo electrónico, Dios publicó en una piedra de bordes ovalados). Tampoco es renegar de la Iglesia y declararse ateo. Nada de eso. El más grave e imperdonable de todos los pecados obispales es ser ingenuo, que es precisamente lo que acaba de mostrar el joven Monseñor Víctor Masalles, al expresar (por twitter, no en ninguna piedra) su asombro y dolor por haber visto en una calle de Roma, paseando alegremente, como si tal cosa, al purpurado pederasta Joseph Wesolowski. ¿Acaso esperaba que estuviera preso?
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