Mi amigo Tony Méndez me contaba lo difícil que fue perdonar a su padre que lo abandonó cuando apenas tenía 13 años de edad, llenando su corazón de desesperación y tristeza. La ausencia de su progenitor lo transformó, de un niño rebosante de alegría, a un joven taciturno, amargado, rencoroso, violento y vengativo.
Su padre viajó a un país sudamericano y no sólo lo abandonó a él, sino a su esposa y tres hijos más, a los cuales Tony tuvo que mantener y luchar duramente para salir adelante con su familia con la ayuda de Dios y de personas amigas. Es difícil perdonar, pero no imposible, cuando uno es profundamente maltratado, humillado y ofendido.
Tony me narró que para superar su trauma, tuvo la suerte de oír, a través de un apreciado amigo cristiano, el evangelio y de recibir a Cristo como su Señor y Salvador, experimentando el perdón de Dios, lo que cambió radicalmente su vida.
Pero había algo que lo inquietaba y era la necesidad que tenía de encontrar a su padre para perdonarlo, lo que ocurrió años después, tras viajar al país sudamericano. Su padre, lloró ante la presencia de su hijo, al oír las palabras de perdón que salían de sus labios. Tony manifestó que desde aquel momento sintió en su alma que se quitaba de encima un gran peso, al perdonar a su padre, disfrutando así de la paz que había anhelado. Dijo que para él fue muy duro, pero muy duro, perdonar, pero que lo hizo inspirado por el amor de Cristo.
Tony había comprendido que “el que no puede perdonar a otro, rompe el puente por el que deberá de pasar”, como decía George Herbert. Y que “el rencor es como el veneno que uno toma para matar a otro”, anónimo, lo que produjo en él una gran inquietud en el corazón que lo llevó a perdonar a su padre.
Asimismo, aprendió y puso en práctica las palabras de Jesús: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”, (Marcos 11:25-26). Jesús en la cruz pidió al Padre que perdonara a los verdugos que lo crucificaron (Lucas 23:34).
Cuan importante sería si también los líderes políticos dominicanos, tanto de los partidos del gobierno como los de la oposición, se perdonaran unos a otros, para que esa amargura y rencor, producto del arduo fragor de la campaña, desaparezcan, lo que sería lo ideal, pero, lamentablemente, a veces no ocurre así. Tienen que aprender sobre la grandeza del amor de Dios, que ofrendó a su Hijo unigénito, Jesucristo, para salvar y perdonar al hombre pecador.
Para los perdedores el mundo no se ha acabado todavía, porque entre ellos hay muchas personas valiosas que pueden aportar mucho a la sociedad y por ende al país. Los ganadores deben aceptar su triunfo humildemente. En la política, así como en otras actividades de la vida, se gana y se pierde, esa es una realidad insoslayable que hay que asumir también con humildad. No se puede culpar a nadie en particular, sino se logró ahora una victoria, habrá otras en el futuro cercano.
La falta de perdón y la amargura es un obstáculo para estar en sintonía de nuestra mente con Dios. No perdonar a quienes nos hayan ofendido nos impide que Dios también nos perdone. Una persona libre del rencor tendrá muchas más posibilidades de ver el panorama más claro en cuanto a la voluntad de Dios sobre su vida.
Hoy mi amigo Tony, según me dijo, es un hombre realizado y feliz, tras reconocer la importancia del perdón de Dios y de haber aceptado a Cristo. Y que en el curso de su existencia ha sabido perdonar a todos sus ofensores, pasados, presentes y también futuros, porque aprendió humildemente a no devolver mal por mal, sino a bendecir.
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