Cada navidad, cuando recibo “El Ponche de Poppy “, suelo emocionarme; desempolva recuerdos hermosos sobre un ser humano sencillo, generoso y muy querido, que visitaba con frecuencia el hogar de mis padres en la ciudad de Moca: Jose Armando Bermúdez (Poppy ). Su estrecha amistad con mi padre, Horacio Joaquin, lo llevó a ser considerado parte de la familia. Poppy fué el primer fabricante de este delicioso ponche, cuyo ingrediente principal es amor; de ahí, que suelo compartirlo con personas de mi núcleo de afectos. Hoy, es una tradición familiar que continua para celebrar la alegría de la navidad.
Mientras a nivel nacional, Poppy era conocido como un empresario exitoso, de buena posición, destacado por los productos de la licorera Bermúdez, mi familia lo veía como una persona humilde, confiable, que disfrutaba contribuyendo con el desarrollo económico y social de la comunidad. Llegaba a nuestro hogar y se sentaba en el piso para conversar conmigo y mis hermanos sobre temas del diario vivir, despejarnos inquietudes, orientarnos, nos enseñaba a bailar los ritmos de moda, alababa el café que le servía mi madre, nos paseaba en su carro, etc. De ahí, la lluvia de recuerdos hermosos.
Poppy se acercó más a mi padre al enterarse que era un campesino que apenas llegó a un tercer curso de primaria, que amaba trabajar la tierra, cultivando plátanos, yuca, café, batata, etc. y criar animales, cerdos, aves, ganado, etc…Producto de su arduo trabajo, ese humilde agricultor, llegó a ser un destacado hacendado, muy respetado, que puso énfasis en cuidar la familia y en la educación de sus hijos; al verlo , era difícil pensar que tenía varias fincas y había construido la primera residencia de dos niveles en la ciudad de Moca, con amplios salones y diez dormitorios, para llevar sus hijos del campo a la ciudad a estudiar y prepararse para que fueran personas de bien, útiles a la sociedad.
Entre mi padre y Poppy surgió una gran amistad y complicidad; papá le daba sugerencias para sus fincas y Poppy para otras tareas. Además, lo apoyó en el proyecto de crear el Club Los Amigos de la Duarte; idea que le surgió a mi padre al percatarse de que era invitado a formar parte de todos los clubes sociales, pero a sus amigos más humilde, casi nunca lo aceptaban.
Poppy fue mi padrino, cuando me gradué de Bachiller en el Liceo Secundario; no olvido su reacción cuando le dije que estudiaría Administración de Empresas y Economía en la PUCMM y luego su alegría cuando la universidad me envió por dos años, a hacer la maestría en Trabajo Social en la Universidad de Pittsburgh, en Pennsylvania, EU. Cuando comencé a trabajar en la universidad, me daba seguimiento en mis roles como catedrática, directora de Admisiones y del departamento de Extensión a la Comunidad, así como en todas las posiciones públicas y privadas que desempeñé; leía mis artículos en los periódicos y me acompañó en la puesta en circulación de mi libro “Reflejos de Nuestra Sociedad”.
Cuando enfermó, fui a la clínica; pude darle una imagen de Jesús, hijo de Dios. Elba, su esposa, me dijo que nunca la soltó y cuando falleció, se la colocaron en el ataúd. ¡Descansa en paz, Poppy! tu legado es inolvidable. Pido a Dios, que los empresarios y todos los seres humanos, sean humildes y laboriosos como lo fueron mi padre y tú, para que se comprenda que, trabajar en buena lid, respetando sanos valores morales, ayudando al prójimo y la sociedad, produce alegría y paz; es algo así, como degustar “El Ponche de Poppy “ en navidad.