Pese a su larga data (1939), el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) se ha negado a aprender, a crecer. Y esa ha sido quizá la gran causa de su desgracia eterna.
El proceso electoral actual no ha sido excepción.
De cara a las presidenciales del 20 de mayo, se las ha pasado patinando de manera terca sobre los mismos lodos, de espalda, como siempre, a los dictámenes de sus propias experiencias.
El discurso de campaña del candidato Hipólito Mejía ha discurrido con testarudez monumental atado a la táctica de etiquetamiento de corrupto a todo el Gobierno presidido por Leonel Fernández. Y, al final de las horas, con la otra táctica de asociar al candidato oficialista Danilo Medina a los actores de tal práctica delincuencial. Lo ha mantenido pese a que las tendencias en las encuestas o sondeos de opinión electoral reflejan un declive sostenido. Según los datos de Gallup y Penn and Shoen, si se mantiene el derrotero actual, el partido blanco rondaría el 42 por ciento de la votación, más o menos el equivalente a sus votos duros.
Si algo queda demostrado en la cuenta regresiva, es que tal tema de campaña, aunque muy importante, no aumenta la intención de votos. Dos razones fundamentales, aunque no las únicas:
Primero, la corrupción es un problema social, no coyuntural ni exclusivo de los políticos. Y su tratamiento solo en campañas electorales deviene en oportunismo de sus emisores y en abaratamiento de su importancia.
Y segundo, la respuesta del Gobierno, aunque tardía, ha sido demoledora y de fácil lectura para un electorado frágil en cuanto a análisis científicos pero no estúpido.
Le ha devuelto la pelota caliente al PRD con la táctica de transferencia negativa al destacar la falta de autoridad y de prestigio del candidato Mejía y su equipo para hablar de corrupción en tanto su gestión (2000-2004) “ha sido la más corrupta de la historia republicana”, y al resaltar que ahora ha captado para su equipo a ex funcionarios considerados por los perceptores como autores de malos manejos de fondos públicos.
Mejía en cambio ha continuado con su manojo de errores en un intento vano por comunicarse con la gente. Su verbalización y su dinámica gestual, además de incoherentes, presentan matices acentuados de violencia; violencia reforzada sin rubor por varios de sus cercanos seguidores, como el desaguisado que acaba de evacuar el ex jefe de Policía, Pedro Candelier. Si esta fue una apuesta a “bola de humo”, erraron el tiro. Ni a belluga llegó, tal vez por falta de discusión en cuanto a la forma como debió presentarse a los medios.
A poco menos de tres semanas de las elecciones presidenciales, el PRD luce desarmado, pese que las tuvo todas a su favor para alzarse con el Palacio. Sin arrogancia, sin prejuicios ni triunfalismo, con una evaluación sistemática de la campaña para realizar los cambios de lugar, y con un candidato mesurado e integrador, habrían aprovechado a un boxeador (el oficialismo) que, en un momento, daba señales de cansancio extremo.
Ahora, con la mayoría de los sondeos electorales dándole números negativos, el comando de campaña del partido opositor parece más afanado en atribuirle carácter científico a las consultas callejeras o accidentales que realizan medios de comunicación, que cambiar sus tácticas equivocadas aunque sea al “echarse las palomas”. Casi imposible remontar lo suficiente frente a un contrincante restablecido, con nuevo aire.
Emocionado como está con esas burbujas opinativas, Mejía y su equipo podrían despertar el 21 de mayo con una migraña insoportable, y su militancia, con una frustración incurable al ser engañada por sus líderes.
(Con quienes tengo el honor de interaccionar, siempre les recuerdo el principio de selectividad en comunicación. Les digo: imaginen que me dé por cantar. Con guitarra en mano me siento sobre un banco de una plaza. Y comienzo a rasgar las cuerdas y a gritar una canción; cosa no hago ni en el bao. Del público que por allí pase, unos me vocearán loco y seguirán de largo tapándose los oídos. Otros, a quienes caiga bien mi voz, se quedarán ensimismados, y me acompañarán… Pregunten entonces a quienes se quedaron a mi lado, si votan a favor o en contra mía. ¿Hacia dónde se inclinaría la balanza? He aprendido de mis antecesores que quien se lleva de consejo, muere de viejo)
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