En un famoso discurso que pronunció en una ceremonia de graduación en la Universidad de Stanford en 2005, Steve Jobs dijo que “uno sólo puede conectar los puntos viendo hacia atrás”. Es decir, sólo tomando perspectiva de los hechos que han ocurrido se puede descifrar lo que hizo posible que las cosas salieran de una manera u otra. Esto parece una verdad de Perogrullo, pero viniendo de un genio como Jobs la expresión toma un sentido especial que podemos usar en muchas circunstancias de la vida.
Esta enseñanza resulta sumamente útil para procurar entender la contundente victoria que Donald Trump y su Partido Republicano le propiciaron a Kamala Harris y al Partido Demócrata. A pesar de las tantas cosas que dijo e hizo antes y durante la campaña electoral que hubieran descalificado a cualquier candidato presidencial en Estados Unidos y probablemente en cualquier parte del mundo, Trump salió victorioso no sólo en el número de votos electorales, sino también en el voto popular, algo que ningún republicano había logrado en los últimos veinte años. Quedó por debajo, sin embargo, de los votos electorales que obtuvo en su triunfo electoral de 2016.
Uno de los puntos que hay que conectar en la explicación de la derrota de Harris tiene que ver con el presidente Joe Biden, quien prometió ser un candidato transicional que duraría un solo período para dar paso a un nuevo liderazgo. Llegado el momento de tomar esa decisión -el verano u otoño de 2023-, Biden decidió seguir adelante en búsqueda de un segundo mandato, a pesar de que su salud y sus habilidades mentales habían desmejorado notablemente. Cuando, sometido a una fuerte presión por los líderes y donantes de su partido, finalmente decidió retirarse de la contienda electoral la tercera semana de julio y, en consecuencia, apoyar a la vicepresidenta Harris, sólo faltaban tres semanas para la celebración de la Convención del Partido Demócrata y a partir de ese evento sólo tres meses para hacer una campaña contra un expresidente que era conocido en cada rincón de Estados Unidos.
Aunque Harris tuvo algunos momentos estelares, particularmente su intervención en la Convención de su partido y el debate con Trump, el tiempo de que dispuso era demasiado corto para darse a conocer en el electorado y definir un discurso político que a otros les suele tomar años construir. El hecho de que Biden esperara hasta el límite posible para retirarse impidió que se diera una competencia interna en su partido de la cual emergiera un candidato, aun fuera la propia Harris, que se hubiese depurado tras pasar por el rigor de decenas de debates con sus contrincantes internos y exposiciones permanentes ante los medios de comunicación en un momento en que los errores que se puedan cometer no cuestan mucho. Eso hizo que ella, por ejemplo, llegando al final de la campaña, no supiera dar la respuesta correcta cuando en un programa amigable a su candidatura –The View- se le preguntó qué habría ella hecho diferente al presidente Biden. Su respuesta fue que no se le ocurría nada que pudiese cambiar, muestra de lealtad personal e institucional, pero que eliminó definitivamente cualquier posibilidad de triunfo de su candidatura, ya que Biden era culpado de causar los dos problemas que más afectaban a los electores: la inflación y el desborde migratorio.
Además de estos hechos, otros factores incidieron en la derrota de Harris, algunos de los cuales la afectan no sólo a ella, sino a todo el Partido Demócrata, como es la desconexión con amplios segmentos de la clase obrera blanca y personas sin educación universitaria. Irónicamente, este partido perdió terreno entre los latinos, a quienes Trump tenía en mente cada vez que vez que lanzaba sus diatribas contra los inmigrantes. Sin duda, la triple condición de ser mujer, hija de inmigrantes y de color jugó un papel fundamental en la derrota de Harris por el machismo y el racismo subyacente en una gran parte del electorado. Después de todo, fue un hombre blanco el que pudo derrotar a Trump en las tres veces que se ha postulado a la presidencia. Aunque Harris generó un gran entusiasmo y recursos sin precedentes, al final se demostró que no pudo expandir mucho su base electoral.
En lo que respecta a Trump, este en un verdadero “significante vacío” que permite que diferentes grupos sociales o demográficos le otorguen el sentido de lo que ellos quieren, ya sean los evangélicos blancos en búsqueda de restaurar un orden cristiano a toda la sociedad, los afectados y quejosos de la economía que quieren un protector, los impactados por las migraciones que quieren que alguien limpie las calles de los invasores, los propios migrantes ya establecidos que no quieren que vengan más a competir con ellos, los supremacistas blancos que aspiran a restablecer un orden racial perdido para siempre, los que creen que, por la mera fuerza de su inteligencia y su fortaleza, él enderezará los entuertos del mundo, entre muchos otros segmentos de la sociedad cuyas demandas se conectan en una “cadena de equivalencia” que Trump canaliza y representa. Se trata, por demás, de un líder a quien la fortuna de la que habló Maquiavelo le dio la oportunidad de escapar por fracciones de segundos de una bala que iba dirigida directamente a él, lo cual fue interpretado por sus fanáticos seguidores como una gracia de Dios.
El populismo como forma de articulación política no es nuevo en la historia de Estados Unidos, pero no se había visto un fenómeno de este tipo en muchas décadas. No obstante, la democracia en ese país mostró de nuevo su vitalidad, aunque el resultado fue elegir un presidente que no quiere límites a su poder y que quiere llenar el gobierno federal de leales a su persona y su movimiento. Aunque la economía estadounidense está cada vez “más grande y mejor”, según la expresión de la revista británica The Economist, habrá que ver si Trump llevará a cabo algunas de las ideas que propuso en la campaña, como incrementar unilateralmente los aranceles y deportar quince millones de inmigrantes en un momento en que la tasa de desempleo es apenas de 4.2%, las cuales, según la opinión de una variedad de expertos de diferentes escuelas de pensamiento, terminarán afectando negativamente tanto la economía estadounidense como la economía mundial.
Al final, habrá que ver cuál Trump predominará, si el líder con obsesiones ideológicas o el líder situacional que se lleva de sus instintos para decidir lo que pragmáticamente conviene. Ojalá no quede atrapado en sus estrambóticas promesas de campaña y opte por el segundo tipo de liderazgo del cual él también ha hecho bastante alarde en el transcurso de su carrera.