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18 Abril 2024

El rostro de Dios

Los seres humanos nunca somos iguales a otros. A unos nos gusta el verde, a otros el rojo, y a otros el azul. Nos gustan las frutas a todos, pero a cada uno le gustan de diferentes sabores habemos los que nos gustan las manzanas, a otros las chinas, o los melocotones, a todos nos gustan los diferentes sabores.

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 Un cordial saludo a todos mis queridos lectores.

Los seres humanos nunca somos iguales a otros. A unos nos gusta el verde, a otros el rojo, y a otros el azul. Nos gustan las frutas a todos, pero a cada uno le gustan de diferentes sabores habemos los que nos gustan las manzanas, a otros las chinas, o los melocotones, a todos nos gustan los diferentes sabores. Así mismo pasa con la ropa, hay quien le gusta más ajustada a su cuerpo, a otros les gusta más suelta y hay otros que les gusta repetir los pantalones, las camisas o los vestidos porque le gustan más que otras, en fin que todos somos diferentes.

Ahora bien, todos los que creemos en Cristo tenemos una cosa en común y es que todos los que creemos en su resurrección estamos seguros que viviremos una vida eterna en su presencia. Pero eso sí todos nos vamos a encontrar con el de una forma u otra, eso estemos seguro de que va a suceder, y nos preguntara: Te acuerdas lo que te dije hace dos mil años: Tuve hambre y me distes de comer, estuve enfermo y no me visitaste, estuve desnudo y me vestiste, tuve sed y no me distes de beber. Ahora que vamos a contestar depende de nosotros y de lo que hayamos hecho en esta vida

Quiero contarles una historia que dice: “Por más que los doctores hicieron por salvarlo, todo fue imposible, su corazón dejo de latir, su nombre era Felipe. El sintió la sala de emergencia del hospital donde se encontraba se alejaba poco a poco. Felipe era una persona creyente y siempre había pensado que había una vida más allá de la muerte. El había comprobado por sí mismo, que después, de la muerte el alma seguía viviendo, solo que en diferente estado de vida. Pero lo más que él había anhelado en su vida, era la esperanza de ver a Dios cara a cara. Por fin diviso a lo lejos una figura resplandeciente, que le esperaba con los brazos abiertos. ¿Eres tú, mi Dios? Pero no podía levantar la mirada, porque el resplandor no lo dejaba, después estuvo frente a Dios, pues su fe le decía que era él. Felipe, Dios le dijo, porque no me miras a los ojos, soy yo. La dulzura de la voz le hiso perder el miedo y lentamente, levanto su mirada. Qué horror, ese no era Dios. Era el compañero de su trabajo muy desagradable, que le hacia la vida imposible.

Confundido se froto sus ojos con sus manos, y al volver a mirar, vio que era la señora que a diario tocaba a su puerta y él le ofrecía una manzana.

Volvió a frotarse sus ojos con sus manos y entonces era el hombre que casi chocan en la esquina y él lo había insultado. Una a una fueron pasando aquellas personas ente el, la directora de la escuela de su niño, el jefe de la oficina donde el trabajaba, el que manejaba su automóvil diariamente, el anciano que le pedía una moneda todos los días al salir de su casa, el amigo que lo había robado hace algunos años, la primera novia que había tenido en su juventud.

Ahora comprendo lo que me dijiste hace 2,000 años dijo Felipe, aunque no sé si será ya demasiado tarde”.

Hagamos nosotros el bien, no sea que después sea demasiado tarde.

Termino con el Evangelio de San Mateo, Capitulo 10, Versículos de 28 al 31, que dicen: “No temáis a aquellos que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed, más bien, a Dios que puede destruir el cuerpo y el alma en el infierno”.

Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.

 

 

 

 

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