Desde 2009 el liderazgo del ex presidente Fernández fue entrando en desgaste. Tras el año 2012, con las protestas ciudadanas contra la reforma fiscal su imagen terminó de desplomarse. Como consecuencia de la presión social, sus principales colaboradores fueron sometidos a la justicia. Fernández, luego de haber sido la gran ilusión dominicana post-Peña Gómez, pasó a ser cuestionado y repudiado por la mayoría de los sectores que anteriormente le respaldaban. Y, acostumbrado a jugar solo y con todas las condiciones a su favor, empezó a actuar como un gato encerrado. Su manejo errático de la situación (que incluyó el uso de turbas para ahuyentar los escraches, el manejo sectario y tozudo de las coyunturas y otros signos de autoritarismo), su incapacidad para entender y conectar con la coyuntura, lo llevaron hasta a salir a la calle a hacer las cosas que hacía su principal adversario. Un gran número de actores, las piezas tradicionales del consenso leonelista, ofrecieron resistencia al proyecto que buscaba la reelección. Sin embargo, el tiempo, las simpatías de Medina y los hechos terminaron obligando a Fernández a pactar con el presidente (dos días después de haber llamado públicamente a enfrentar su reforma constitucional) para no perder todo el poder.
Los sectores más leales continuaron la lucha, reducidos y crispados en discurso y acciones. La derecha más rancia, compuesta por el clan familiar de los Castillo y sus satélites, rompió con el oficialismo dando continuación a los enfrentamientos ahora desde una nueva estrategia, más agresiva y descarnada. Para muchos con la reforma constitucional termina la “luna de miel” de Danilo con la sociedad. Sin embargo, se trata de otra cosa.
Desde hace algunas semanas la estrategia de la oposición en la sombra ha dado un giro. Manteniendo encendido el fogón del “peligro haitiano” (históricamente útil para la hegemonía conservadora), ahora quieren resaltar rasgos, que son de nuestra cultura política, como parte del estilo del presidente.
Si afinamos bien el oído notaremos que se trata de un concierto de fuerzas. Así, con la influencia que ofrece haber dirigido un aparato rentista durante tanto tiempo, y en combinación con distintos sectores, se empieza a crear un ambiente perceptivo de inestabilidad. La “oposición” formal empezó a recibir ayuda de sus parientes de la ultra-derecha. La oposición en las sombras, todavía vinculada al Estado en casi todos los niveles, motoriza la reacción. Ese proceso natural de resistencia luego de todo cambio, quiere ahora presentar un clima enrarecido con objetivos claros: la obstaculización del proyecto de Medina (reducción del caudal de votos).
La orquesta tiene músicos de distintas escuelas. Políticos tradicionales, periodistas leales, oposición formal, alternativos, pseudo-izquierda, sectores de la iglesia, grupos sociales, funglodistas, juristas y rentistas del antiguo régimen, una nueva “sociedad civil” (más bien grupos para-políticos) y probablemente hasta policías en acciones irregulares.
El disparo de salida fueron las declaraciones de Persio Maldonado, de El Nuevo Diario, señalando que en nuestro país había una “dictadura mediática”, sugiriendo que la prensa sólo puede publicar lo que el gobierno autoriza. Y, paradójicamente, en prensa y opinión pública (desde Junio ventilando críticas furiosas al gobierno) inicia una ola de artículos de opinión y notas de prensa en ataque al gobierno y al presidente.
Destaca lo dicho por el abogado Namphi Rodríguez, que valoró como inquietante el supuesto “silencio autoritario” del presidente. Cadenas de radio y TV emitieron comunicados donde exigían al presidente hablar sobre problemas puntuales (todos en la agenda temática de la ultra-derecha). No podía faltar la acostumbrada retahíla de declaraciones de Vinicio Castillo Semán, diputado de la reacción. En las redes sociales se motorizaron etiquetas que relacionan a Medina con los conceptos dictadura, miedo, silencio, entre otros.
La consigna parece intentar vincular la imagen reputacional de Danilo Medina con el autoritarismo. Lo paradójico es que en medio de un clima de malestar creado (que tiene más que ver con el falso debate de la reelección que con la gestión de Medina) quieran hablar de dictadura. ¿A alguien se le ocurre que en una dictadura se pueda afirmar libremente y en distintos espacios que hay una dictadura? Lo inquietante es que este intento de dar respiración artificial a percepciones absurdas viene de actores que por décadas han usufructuado y cosechado privilegios de los grandes déficit democráticos en nuestro país. Son ellos mismos los que nos negaron una transición democrática real y continuaron alimentando una cultura rentista profundamente autoritaria. Y es que el gran error de los populismos (de derecha y de izquierda) es subestimar a las sociedades que, por cierto, los han visto actuar y desde hace tiempo no les creen ni uno de sus cuentos.
El autor es escritor y estratega en comunicación.
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email