Tras recibir este martes el certificado de proclamación por parte de la Junta Central Electoral, el presidente electo Danilo Medina refirió, sin que nadie se lo recordara, que durante la campaña formuló propuestas, no promesas, y llamó a toda la sociedad a comprometerse con la gestión de su gobierno para llevarla a buen término.
Una agradable sorpresa que invita a tomarle la palabra, sin vueltas.
Es poco común que políticos del patio expresen aún sea un gesto de humildad y gratitud luego de ganar elecciones. Casi siempre tienen a mano el “suero del olvido” para atragantárselo en un santiamén tan pronto logran sus objetivos. Se vuelven huidizos, distantes, apáticos, comparones, burlones, excluyentes, necios, irritables ante la mano callosa del pobre… Cambian en todo; hasta la forma de caminar. Hasta el mismo día de los comicios se vuelcan en simpatías, abrazos de oso, apretones de mano y besos ruidosos, aunque minutos después se estrieguen con alcohol.
Sobran las anécdotas acerca de esos repentinos cambios de comportamiento.
En el Pedernales de los setenta del siglo XX, un líder local era todo amor cuando aspiraba al cargo y le urgía el favor del electorado. Al conducir a paso de tortuga su carro “pescuezo largo, americano, casi se sentaba en el centro para saludar con ambos brazos a la militancia. Pero al día siguiente del proceso, se encogía como una tela mala en el lado del volante y se desplazaba a mayor velocidad, con los cristales subidos y sin mirar más que para el frente por un instinto de precaución.
Medina, según las primeras señas, quisiera ser un presidente atípico, humano, sin poses, que no chabacano. Su apuesta es a ser sencillo desde Palacio, reducir la cantidad de pobres y ver más gente educada y alfabetizada en todo el territorio nacional, conforme su discurso y sus primeras acciones.
Y eso, todos y todas, debemos celebrarlo en tanto él ha sido legitimado en primera vuelta con el 51,2% otorgado por al respaldo del Partido de la Liberación Dominicana y una coalición de 13 emergentes; superando con 200 mil votos a su más cercano contendor, el perredeísta Hipólito Mejía. Además, a partir del 16 de Agosto, no será solo el presidente de quienes le eligieron, sino del pueblo dominicano.
Él está brindando en bandeja de oro la posibilidad de ayudar a romper –o comenzar a romper– la maldita tradición del político hipócrita, oportunista, amnésico y demagogo que descree en la lealtad, la amistad, el trabajo y el compromiso social, y que solo busca afanoso el enriquecimiento propio y de sus allegados.
Mientras Medina no cambie para mal, la ingobernabilidad profetizada por el candidato perdedor Hipólito Mejía, y las acciones callejeras que de ello se han desprendido, deberían ser respondidas con un mar de solidaridad hacia el nuevo gobierno, sin importar los colores partidarios. Y la primera gran oleada debería iniciarla el sur completo, por el orgullo de tener el primer presidente democrático de la región durante las últimas cinco décadas, y por el acentuado deseo de zafarse de la bochornosa pobreza en que lo han sumido los gobiernos a través de la historia.
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