El tesoro escondido

En un reportaje televisivo presentaron los retos que afrontan los buscadores de tesoros en el fondo de los mares, océanos y ruinas antiguas, aventuras que podrían ser exitosas o no. Las dificultades que tienen que sortear en los mares y océanos son las tormentas, potenciales fallas en los equipos submarinistas y peligros de los grandes depredadores marinos.

Los arqueólogos que buscan tesoros enterrados en murallas, ruinas egipcias y aztecas, sus auspiciadores tienen que realizar cuantiosas inversiones en las labores de investigaciones y excavaciones, muchas veces irrecuperables. Otros buscan tesoros escondidos en patios, cementerios, castillos, pozos, cavernas, montañas y mansiones antiguas.

Traigo esto a colación porque Jesucristo dice: «El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo», (Mateo 13:44).

Aún hoy, en tiempo de guerras se entierran objetos de valor para que no caigan en manos enemigas. En esta parábola de Mateo 13 un hombre halla tal tesoro enterrado en un campo. ¿Qué enseñanza nos da este texto?

El hombre que vendió todo alude al Señor Jesús, quien era rico, pero que por amor a nosotros se hizo pobre, se humilló a sí mismo y vino a ser un siervo.

El tesoro es una imagen de la Iglesia de Dios, el conjunto de los salvados, constituido por las numerosas almas que otrora estaban perdidas. Sin embargo el Señor fue tras ellas hasta encontrarlas. «El campo es el mundo», (Mateo 13:38), había explicado el Señor anteriormente.

Desde siempre Dios es el legítimo dueño de la creación, pero Satanás se apropió del mundo. Como hombre, el Señor volvió a conquistarlo de mano del «príncipe de este mundo». Para esto dio su vida en la cruz del Gólgota y arrebató su presa al diablo. La alegría que experimenta el hombre después de haber hallado el tesoro nos recuerda que el Señor Jesús sufrió la cruz «por el gozo puesto delante de él», (Hebreos 12:2).

En la parábola, el tesoro permanece oculto en el campo; pero no es el lugar más adecuado para conservarlo. Vendrá el momento cuando los salvados alcanzarán su verdadero destino, porque el Señor dijo: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo», (Juan 17:24).