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El valor de la familia

Tal como postuló el finado Papa  San Juan Pablo II, es en ese escenario, en el seno de la familia,  donde mas que en ningún otro campo de su vida se juega el destino del hombre tanto como el de la mujer.

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Según la Fiscal del Distrito Nacional, Rosalba Ramos, de 4 mil 502 denuncias recibidas por la Unidad de Violencia de su demarcación, el 52 por ciento ha sido por violencia intrafamiliar.  Estudios llevados a cabo en diferentes oportunidades han establecido que esa situación está presente en aproximadamente el 55 por ciento de los hogares dominicanos.

Bastan estas simples referencias estadísticas para comprender y dar el más amplio respaldo al llamado dirigido al Gobierno y al pleno de la sociedad por monseñor Francisco Ozoria, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo,  instando a diseñar y llevar a la práctica nuevos planes y proyectos para fortalecer la institución familiar a la vez que rescatar a las que padecen de desintegración moral.   El respetado dignatario eclesiástico le imprime a su demanda sello de máxima urgencia.  Se justifica y lo requiere.

Monseñor Ozoria expresó su reclamo en el curso de una actividad efectuada en la Casa San Pablo.  Esta sirvió de escenario al encuentro en que agentes de pastoral analizaron situaciones, retos y dificultades por las que atraviesa la familia dominicana al presente.

Siempre se ha considerado a la familia como la célula básica y la viga que sirve de soporte a la estructura social. De su solidez depende la estabilidad de esta y la convivencia organizada y armoniosa, a más de servir de motor impulsor del progreso.

Lamentablemente, sería una aberrante necedad negarse a reconocerlo, una significativa parte de la familia dominicana atraviesa por una profunda crisis de valores que se refleja no solo en el seno del hogar sino en la inconducta social de una buena parte de sus integrantes.  Los factores de incidencia son tanto de orden material como social y  moral.

Bajos ingresos, un muy limitado mercado laboral, desempleo, niveles precarios de subsistencia, la presión de una sociedad de consumo cuyas ofertas  quedan fuera de alcance, bajo nivel educativo, la creciente desvalorización de la iniciativa, el estudio y el trabajo como medio de progreso personal sustituidos por el más rampante oportunismo y el atractivo de ganancia fácil a través de las acciones ilícitas amparadas de la cómplice impunidad de autoridades venales   y la  carencia de un horizonte con oportunidades de mejoría que sufre una buena parte de la población son elementos que van agriando el carácter de la relación en el seno de las familias donde hay ausencia de formación en valores,  no existen suficientes niveles de comprensión ni firmes lazos de unión afectiva y espiritual.

No es por azar la elevada proporción de divorcios en parejas con menos de cinco años de unión matrimonial, ni la gran cantidad de uniones extramatrimoniales movidas sin más respaldo que la simple y casi siempre temporal atracción física en unos casos,   y motivadas en su gran mayoría por los propios progenitores  con bocas sobradas que alimentar que no solo toleran sino estimulan la unión prematura de hijas menores de edad con hombres mucho mayores como a fin de aligerar la carga del limitado y sobrecargado presupuesto familiar.  Y todos los demás problemas que se derivan de hogares disfuncionales y donde por lo general impera la violencia intrafamiliar.

Si queremos rescatar el país, tenemos que rescatar la sociedad.  Y para lograr esto es preciso comenzar por fortalecer el lazo familiar. Importantizar y dotar a la familia del necesario endoso de valores que le conceda solidez y permanencia, que sean para los hijos fragua forjadora de ciudadanos responsables, trabajadores, honestos y solidarios. Tal como postuló el finado Papa  San Juan Pablo II, es en ese escenario, en el seno de la familia,  donde mas que en ningún otro campo de su vida se juega el destino del hombre tanto como el de la mujer.

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