El dato más sobresaliente de los resultados de las recién pasadas elecciones es, por supuesto, el triunfo de Danilo Medina con alrededor del 62 por ciento de la votación contra su principal contrincante Luís Abinader, quien obtuvo alrededor del 35 por ciento, lo que significa que entre ambos obtuvieron el 97 por ciento de los votos emitidos a nivel nacional. La encuesta Greenberg-Diario Libre había proyectado como “el resultado más probable el día de las elecciones” un 60 por ciento para Medina y un 37 por ciento para Abinader, siendo la encuesta más certera en cuanto a la predicción de los resultados en la competencia por la presidencia de la República.
La participación electoral de casi un 70 por ciento de los electores empadronados muestra una vez más el grado de interés e involucramiento de la ciudadanía en los procesos eleccionarios, lo que representa un aspecto sumamente positivo en la política dominicana si se compara con otros países de la región en los que los niveles de abstención son mucho más altos que en nuestro país. Este grado de participación electoral reconfirma lo que encuestas especializadas en temas de cultura política, como Barómetro de las Américas, han mostrado a través del tiempo sobre la participación política en el país. Mantener ese grado de participación y mejorar la calidad de la misma es un aspecto crucial para la vitalidad y la consolidación del sistema democrático en el país.
Otro aspecto de los resultados electorales del 15 de mayo a observar con detenimiento es la desagregación del voto por partido político. El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) pasó de una votación individual de 38.76 por ciento en las elecciones de 2012 a algo más del 50.22 por ciento en las elecciones de este año, mientras que el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) bajó de un 42.51 por ciento en el 2012 a un 5.77 por ciento en el 2016. Por su parte, el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) se mantuvo más o menos igual, al pasar de un 5.47 por ciento en el 2012 a un 5.67 por ciento en el 2016. A su vez, el nuevo actor político en el escenario nacional, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), obtuvo alrededor
del 27 por ciento del electorado. En cualquier parte del mundo el PRD y el PRSC tendrían el estatus de partidos minoritarios, pero los arreglos de conveniencia han hecho que la legislación electoral dominicana le dé categoría de partido mayoritario para fines de distribución de recursos económicos a cualquier partido que alcance más del 5 por ciento de los votos en la competencia presidencial. Y en lo que respecta a los demás partidos que no formaron parte de ninguno de los dos bloques principales, solo Alianza País pasó del uno por ciento, pero sin llegar al dos por ciento que proyectaron algunas encuestas o al número mágico del cinco por ciento que le hubiera dado también la condición de partido mayoritario a fin de asignación de fondos.
Estos números merecen ser analizados con rigor y profesionalidad, especialmente por parte de los partidos de oposición si es que no desean encontrarse en una situación similar a la que han quedado en estas elecciones. Pero también el propio PLD debe hacer introspección y entender las razones que lo llevaron a este notable ascenso para identificar sus potenciales vulnerabilidades de cara a nuevas contiendas electorales. Su derrota apabullante en la competencia por la Alcaldía del Distrito Nacional, luego de catorce años de dominio en la ciudad, no puede pasar como un hecho irrelevante y mucho menos explicarse a partir de argumentos simplistas como los que se escuchan estos días.
La oposición cometería un gravísimo error si piensa que el sólido posicionamiento del PLD a nivel nacional es el fruto del engaño, la manipulación, el uso de los recursos del Estado o a la “falsa consciencia” del pueblo dominicano. No hay dudas de que la mayoría del electorado ha premiado al PLD por una variedad de factores, entre ellos la estabilidad y el crecimiento económicos, la fuerte inversión en obras de infraestructura, su inversión en educación, así como su capacidad para manejar con mucho mayor racionalidad que sus oponentes los conflictos intra-partidarios. Si estos factores continúan y la oposición no es capaz de convencer al electorado de que puede hacerlo mejor que el PLD es muy probable que este partido se mantenga ganando elecciones presidenciales.
El PRM ha emergido como el principal partido de oposición del país. Ya lo era desde la campaña electoral, pero la bajísima votación de los demás partidos lo ha
colacado de manera indiscutible en ese sitial en el juego democrático. Su consolidación y ascenso depende fundamentalmente del curso de acción que su dirigencia adopte. Como aspecto a su favor tiene el deseo de una parte importante de la población de contar con una oposición política vibrante, pero para poder avanzar tiene que desprenderse de ese instinto natural a la auto-victimización que ha heredado del PRD, su tendencia latente a la conflictividad y la división que también arrastró de la cultura política perredeista, así como la falta de confianza de amplios sectores de las clases medias sobre la capacidad de la dirigencia de ese partido para mantener la estabilidad y el crecimiento si llega a dirigir los destinos de la nación. Y, definitivamente, debe cambiar de estrategas políticos porque lo que ese partido mostró en esta oportunidad es una muestra de lo que no debe hacerse en una campaña electoral.
En lo que respecta a los llamados partidos emergentes, estas elecciones han puesto de manifiesto una vez más que el electorado dominicano es sumamente resistente a explorar nuevas opciones. La posibilidad de que al menos Alianza País pudiese hacer una irrupción más firme en el escenario político nacional se desvaneció en la medida en que el electorado se fue posicionando alrededor de las dos opciones principales, PLD y PRM. Para muchos seguirá siendo un misterio porqué Alianza País y Acción por la Democracia (ADP) no presentaron una propuesta conjunta como opción progresista, lo que tal vez hubiera hecho más atractiva la propuesta electoral de ese sector.
En todo caso, lo importante es reconocer que las elecciones de este año han producido algunos cambios notables en la configuración de los partidos políticos del país. Entender esos cambios y saber que la época del trío PRD-PLD-PRSC como eje de la vida política nacional quedó atrás es fundamental para dar respuestas a los nuevos problemas y desafíos que se plantean en el orden partidario, lo que es crucial para la estabilidad política, la gobernabilidad y la consolidación de la democracia.
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