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19 Abril 2024

Empresario

Víctor Bautista.

En el país, empresario y comunicador son oficios en los que más se anidan especímenes raros, una verdadera fauna impostora que, siempre bajo un antifaz, confunde, se las arregla para colarse donde no debe y disfrutar de privilegios y tratos especiales que no merece.

No deberían ser llamados empresarios quienes roban dinero del Erario para asumir emprendimientos privados; tampoco los que violando leyes y normas hacen crecer sus negocios como la verdolaga en poco tiempo, gracias al tráfico de influencia y a la captura de socios velados al más alto nivel gubernamental.

¿Cómo llamar empresarios a tipejos que nunca han sabido qué es competir para ganar mercado, que no entienden de servicio al cliente ni de crecimiento de los negocios sobre la base de estrategias, trabajo persistente, perseverancia y superación de dificultades a lo largo del tiempo?

No deberíamos denominar empresarios a quienes crean firmas al vapor, con el propósito de “ganar” licitaciones gracias a sus enllaves políticos y convertirse en suplidores del Estado, asidos a las tetas portentosas del gobierno, su único cliente.

De ninguna manera debería ser llamado empresario un sujeto que en cuatro años logra levantar fortuna superior a sus competidores con hasta un siglo de operaciones empresariales, creando empleos estables, salvando sus negocios de la incertidumbre que implica el cambio generacional y socialmente comprometidos con su entorno.

Es injusto llamar empresarios a los avivatos que trafican, con alta rentabilidad y sin declarar la renta, permisos de importación, esa neo-industria en la que se ha anclado una rica élite de nuevo cuño, con poder político, hegemonía aplastante e impunidad suficiente

para burlarse de las leyes y hasta de los tratados internacionales en materia de comercio.

La palabra empresario se ha convertido aquí en un relajo, un oprobio, su semántica está totalmente adulterada, tal y como ocurre con el oficio de comunicador, al que han migrado todos los perdedores, fracasados y bandidos de otras profesiones, que al convertirse en supuestos influenciadores, han descubierto la posibilidad de acumular plata apelando a la lengua lisonjera para quienes pagan y convirtiendo al resto en su carne de cañón.

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