Los problemas políticos de un país se resuelven cuando el liderazgo, en el gobierno como en la oposición, asume la responsabilidad de encararlos echando a un lado las diferencias. Es imposible pretender salvar la situación con tácticas elusivas o valiéndose de recados a través de intermediarios, para encontrar salidas satisfactorias a la ley de partidos, la elección de los futuros miembros de la Junta Central Electoral, la Cámara de Cuentas y otros organismos del Estado.
Tampoco conduce a nada amarrarse a la idea de ganar tiempo retirándose de las pláticas negociadoras, porque esa táctica no deja frutos ni da margen de justificación si a la postre los esfuerzos no comportan avance alguno. Abandonar la mesa de negociación con comunicados llenos de lugares comunes cada vez que surge un inconveniente ganan todavía titulares en los medios, pero congela el crecimiento de quienes apelan siempre a ese recurso estéril. Lo que debe hacer el liderazgo opositor es asumir la responsabilidad del diálogo directo, sin valerse de mediadores que perdieron la utilidad que una vez tuvieron, porque los temas bajo discusión son muy delicados como para enfrentarlos mediante mandados a terceros.
Las diferencias entre los líderes nacionales no son mayores de los que dividen a España. Y si bien los españoles no alcanzan a ponerse de acuerdo para formar un gobierno, ninguno de sus dirigentes ha eludido el camino de la discusión directa y no son en aulas universitarias ni en iglesias donde resuelven o intentan alcanzan sus objetivos, sino en La Moncloa, el palacio del Ejecutivo, donde Rajoy se reúne y discute directamente, mirándose a los ojos y apretones de mano, con los líderes del PSOE, Podemos y Ciudadanos la forma de lograrlo. Y a pesar de los escollos ninguno de ellos ha abandonado la tarea, por más grandes que sean sus diferencias. ¿Saben por qué? Porque los temas de adultos no se dejan en manos de muchachos.