En pobreza y sin libertades

El último patrocinador de la Revolución Cubana también ha colapsado, y es cuando Raúl acoge la extendida de manos que le ofrece el presidente Barack Obama

En 1994, cuando no quedaba duda alguna de que Cuba era una sociedad fuera de época, Fidel Castro pronunció una sentencia que se acataría cabalmente en lo esencial:  “prefiero morir antes de renunciar a la revolución”, acaba de partir veintidós años después y aunque su hermano Raúl ha encaminado pasos tan importantes como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, en una sociedad que presume del buen nivel educativo de su población, no se tolera la libertad de expresión, ni de asociación y ni por asomo se proyectan elecciones libres.

Su figura conserva un lugar de admiración entre todos los que una vez pensamos que por determinismo histórico el sistema capitalista seguiría la misma suerte del feudalismo y de la esclavitud, para dar paso a una sociedad en la que no existiera la explotación del hombre por el hombre, ni discriminación de ninguna suerte, con salud garantizada, alimentos abundantes y educación para todos, pero el llamado socialismo científico, al que Friedrich Engels designó así, para distinguirlo del idealista de los primeros socialistas, resultó no sólo tan utópico, como el de Owen o Fourier, sino catastrófico en la economía y  tan injusto y bárbaro como cualquier tiranía.

En términos sociales la dictadura cubana muestra logros que deben avergonzar a muchas democracias: cero analfabetismo y una cobertura de servicios sanitarios eficientes, así como una política deportiva que por décadas mantuvo a sus atletas como los reyes del Caribe, pero en términos económicos el fracaso ha sido rotundo, la más brillante de las iniciativas económicas fue la concentración de todas las fuerzas productivas en la producción de una zafra azucarera que fue records, pero de impericia, y jamás se intentó nada que creara una economía autónoma.

Sin embargo, en el mundo se exhibía lo contrario, una especie de potencia, pese al bloqueo estadounidense, y todo porque la Revolución Soviética precisaba de una vitrina caribeña y compraba la azúcar cubana a precios sobre valor del mercado, y se esmeraba en ayudas en armamentos y maquinarias, que llenaban las necesidades básicas de una isla inmensa que no comparte su territorio con otro país y menos aun con el más pobre del hemisferio.

A partir de 1989 Cuba se quedó sin el padrinazgo soviético, atenta a la ayuda de una China que iba a la segunda etapa de los cambios propiciados por Deng Xiaoping: de economía planificada a economía de mercado, por lo que se pensaba que la agonía del régimen seria lenta, pero su caída segura.

Sin embargo, encontró su tabla de salvación en 1999 con el ascenso al poder en Venezuela de Hugo Chávez, que en poco tiempo seria bendecido con un incremento inesperado de los precios del petróleo y un incremento de las materias primas que enriquecerían a otros países de América Latina gobernados por partidos de izquierda, y Cuba volvería a convertirse en una flor preciada.

El último patrocinador de la Revolución Cubana también ha colapsado, y es cuando Raúl acoge la extendida de manos que le ofrece el presidente Barack Obama.

Pero en EUA cambia la realidad y es poco probable que se progrese en la relación entre ambos países sin el impulso de una reforma democrática en Cuba, que no la detiene nadie.

Pasada la nostalgia, las manifestaciones de duelo derivarán en protestas porque en el siglo XXI, vivir como los 12 millones de cubanos en pobreza y sin libertades es incontenible.