Hay una curiosa enfermedad que se manifiesta con fiebre (sólo en la cabeza); nubla la visión y aloca el pensamiento (y, por tanto, la conciencia); causa desazón irrefrenable (por la soledad del enfermo); provoca hablar sin control y a gritos (para darse a notar) y motiva la risa de las personas racionales (que son la mayoría), pero que nunca, por suerte, ha devenido en epidemia. Esa enfermedad, que fue diagnosticada hace mucho por un tal Lenin (quien advirtió oportunamente sobre su peligrosidad) se llama “Enfermedad Infantil del Izquierdismo” (que, por cierto, hace un par de días volvió a hacer su asomo aquí).