Calidad del agua, aire y residuos en República Dominicana: coliformes, metales pesados, emisiones de PM10, avances y retos de la Ley 225‑20 en la gestión ambiental.
Santo Domingo.– La calidad del agua en el país está comprometida por descargas de aguas residuales urbanas y efluentes agrícolas e industriales provenientes de diversas cuencas importantes. Los sistemas de monitoreo, tanto del Ministerio de Medio Ambiente como del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INDRHI), son limitados y operan de forma ocasional.
Según el informe GEO-2024 de República Dominicana de Estado y Perspectivas del Medio Ambiente, las mediciones revelan contaminación.
En su mayoría contienen bacterias coliformes, bajos niveles de oxígeno disuelto (menos de 5 mg/L, insuficiente para la vida acuática), pH bajo, alta conductividad y presencia de metales pesados como hierro y níquel en cuencas como Yaque del Norte, Ozama-Isabela, Yaque del Sur y Yuna.
Estas observaciones coinciden con evaluaciones independientes que indican falta de vigilancia constante y elevados niveles de contaminantes como nutrientes, materia orgánica y bacterias patógenas, los cuales comprometen la potabilidad del agua. Por ejemplo, hasta un 23 % de muestras del Inapa contenían coliformes, lejos del límite aceptable del 5 % según la normativa nacional.
El aire no se queda atrás. En el Gran Santo Domingo (donde vive el 38 % de la población), las emisiones de PM10 alcanzan 19 616 toneladas anuales, representando el 34,8 % del total de contaminantes atmosféricos. Esto implica serios riesgos respiratorios y ambientales urbanos.
En cuanto a los residuos sólidos, aunque se ha aprobado la Ley 225‑20 (2020) para una gestión integral, incluyendo reducción, reciclaje y valorización, su reglamento sigue en desarrollo.
La ley promueve la economía circular e incluye incentivos como bonos verdes y fideicomisos, pero los desafíos logísticos persisten.
Existe una calidad generalmente baja del agua superficial, subterránea y costera, como resultado de un manejo deficiente de aguas residuales y escorrentía agrícola; esto pone en riesgo especialmente a comunidades vulnerables.
En zonas como Bajos de Haina, la contaminación industrial ha derivado en altos niveles de plomo, formaldehído, ácido sulfúrico y cobre, provocando enfermedades respiratorias y gastrointestinales.