Los dominicanos, perdonen la generalización, darían cualquier cosa por un cargo público; su salud y tranquilidad hogareña incluidas. Conozco un empresario que padeció dos semanas de un fuerte dolor de cabeza porque no había recibido, como otros de sus colegas, una invitación para una cena navideña en el Palacio Nacional a un costo de medio millón de pesos, para la cual ya se había dotado de catalejos para poder ver la mesa presidencial por si se repetía la experiencia anterior cuando fue colocado en un pasillo desde donde no alcanzaba ver al Presidente.
Balaguer solía designar en posiciones técnicas a personas sin el debido conocimiento de los asuntos relacionados con el cargo y casi siempre se les aceptaban y los diminutos dobles que le han sucedido han copiado la regla. Lo que importa es estar arriba, aunque implique un sacrificio. Nos gusta sabernos importante, con chofer y guardaespaldas, sabiendas muchas veces que son los lleva y trae.
Quienes merecen todos los honores son aquellos que han estado al frente del Ministerio de Industria y Comercio, quienes se recordarán principalmente por el mérito de subirle al pueblo cada semana los precios de los combustibles. ¿Qué otra cosa puede hacerse en esa posición en las actuales circunstancias?
¿Qué se buscan en los cargos públicos, sean por designación o elección popular, como son los casos de congresistas, alcaldes y regidores, que no sea el disfrutar de un poder con acceso a toda clase de privilegios, sin la obligación de rendir informes de sus actuaciones?¿Qué pueden esperar los ciudadanos en un país donde la Cámara de Cuentas no da cuentas de sus auditorías, a sabiendas, como su titular ha dicho, de que las “distracciones” de la riqueza nacional son de tal magnitud que con ellas podrían construirse otra república igual, y el blindaje del que tanto se habla no es más que otra inmunda modalidad de la impunidad que institucionaliza la corrupción y destruye poco a poco al país.
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