Por: Rafaela Burgos
REDACCIÓN.– El estilo de crianza es mucho más que el sistema de disciplina que utilizamos para educar a nuestros hijos e hijas. Representa la forma en que nos relacionamos con ellos, cómo respondemos a sus necesidades materiales y emocionales, el grado de aceptación que mostramos hacia sus características individuales, nuestras reacciones frente a sus errores o sus esfuerzos por mejorar, entre otros aspectos. A su vez, el estilo de crianza determina en gran medida el clima familiar.
En la práctica clínica con familias, solemos observar diversos estilos de crianza. Algunos padres y madres se muestran excesivamente exigentes, poco flexibles y muy críticos frente a las conductas que consideran inadecuadas o las equivocaciones de los niños. Este modelo rígido provoca a menudo ansiedad y sentimientos de incompetencia en los hijos/as, que pueden llegar a percibirse como inadecuados, pudiendo afectarse su seguridad en sí mismos, incluso a largo plazo.
Otros, en cambio se relacionan con un estilo permisivo. Encuentran muy difícil establecer límites, decir no y ser firmes; se muestran inseguros y complacen casi siempre, por temor a contradecir al niño/a y para evitar sus reacciones, generando a su vez inseguridad y confusión de roles, debido a que los niños no perciben que el adulto está a cargo para guiarles en su desarrollo.
Por otro lado, el estilo sobreprotector, tan frecuente en algunos padres y madres, ofrece pocas oportunidades para que el niño/a aprenda a enfrentar situaciones y tomar decisiones de acuerdo a su edad. Este estilo de crianza limita el desarrollo de las capacidades indispensables para avanzar y lograr autonomía, propiciando altos niveles de dependencia. En el otro extremo encontramos padres que no protegen lo suficiente, exponiendo a sus hijos/as a riesgos para los cuales no están preparados y llegando en muchos casos a ser verdaderamente negligentes.
En algunas familias existe un estilo de crianza inconsistente. Este modo de relacionarse con los hijos/as implica a menudo cambios bruscos en el tipo de respuesta que dan los adultos, frente a las conductas de los niños/as. Una manifestación frecuente de este estilo es el corregir un comportamiento unas veces e ignorarlo en otros momentos, o establecer consecuencias muy severas para una conducta poco significativa, mientras que otra más grave no recibe ninguna corrección.
Por último, el estilo de crianza que llamamos Democrático o Asertivo, representa el balance entre firmeza y comprensión, donde los límites son claros, pero al mismo tiempo tienen la flexibilidad requerida para adaptarse, de acuerdo la etapa de desarrollo, a las características individuales y a las necesidades o prioridades. Los padres y madres que practican este estilo, son capaces de decir NO, sin sentirse culpables o “malos padres” y sin mostrarse agresivos o descalificantes. De igual manera son sensibles a los sentimientos de sus hijos, pueden escuchar sus razones, aunque no siempre les complazcan; Dan oportunidad para que sus hijos crezcan, apoyando y supervisando lo necesario en cada etapa y utilizan el reconocimiento con frecuencia. El efecto en los niños y niñas suele ser un aumento de la autoestima y la responsabilidad, el desarrollo de habilidades sociales y la internalización de las normas, entre otros beneficios.
La mayoría de los padres y madres presenta una combinación de los diferentes estilos, pero casi siempre predomina uno de éstos. Identificar cúal es nuestro estilo de crianza es uno de los primeros pasos para revisar y fortalecer aspectos de la dinámica familiar, que tienen un impacto significativo en el desarrollo socio-emocional de nuestros hijos e hijas.
Rafaela Burgos, M. A.
Psicóloga clínica/Terapeuta familiar