Completar bien hechas doce reformas de envergadura, al mismo tiempo, sería una proeza titánica que elevaría al presidente Abinader al olimpo de los gobernantes exitosos. Pero como toda tarea similar, luce difícil por no decir improbable. Sólo el COVID, la recuperación económica y la prometida lucha contra la corrupción son, cada una, misiones nada cómodas y que exigen destrezas de fino estadista.
Al discutir la reforma fiscal, que es la que más impacta todas las demás, hay unos verdugos gubernamentales que creen que lo natural es cobrar impuesto por todo, cuando debe ser al revés, sólo cobrar para cubrir el presupuesto estatal o desincentivar consumos que generan costo social, como tabaco o alcohol. (Cobrar muchísimo estimula el contrabando o evasión).
Hablan de “sacrificio fiscal” con un horroroso tonito socialista. Olvidan que al decir “exención”, se trata de un impuesto, tasa o arbitrio creado legalmente de cuyo pago se exime a alguien; no aplica a actividades que no generan obligación fiscal, como respirar. Reformar para exprimir más a quienes ya pagan mucho es peligrosísimo.
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