Robert Thomas Malthus ha de sentirse reivindicado con las incertidumbres que sacuden al mundo actual, están aconteciendo las cosas que anhelaba en su ensayo sobre el principio de la población para que natalidad y producción de alimentos marcharan a la par, que la naturaleza ponga de su parte con terremotos, tsunamis, ciclones, inundaciones, sequías que desaten hambrunas, y, si los fenómenos naturales son tímidos, que el hombre aporte al exterminio desatando guerras.
En su lógica, el único antídoto contra la pobreza era la aniquilación de los pobres con cualquiera de esos métodos que la mano de Dios auxiliada por los intereses de los hombres colocaran de por medio para ahorrarse bocas.
Partía del convencimiento de que la población crecía en forma geométrica y los medios de producción en forma aritmética, por lo que reproducción de población era igual a crecimiento de miseria, que no podía subsanarse con subsidios porque “si los alimentos no alcanzan para todos, un subsidio a los pobres no puede aumentar su volumen, ya que lo único que puede traer consigo es el aumento de la cantidad de pobres, pero en ningún caso más riquezas”.
Imagino que de haber observado lo ocurrido con China, que se ha convertido en el país más rico del mundo siendo el más poblado, revisara su hipótesis, que no sería el primero en hacerlo, Eduardo Galeano se avergüenza de los disparates que expuso en Las Venas Abiertas de América Latina, un texto clásico de las izquierdas, y admite que cuando lo escribió no sabía nada de economía.
Pero he pensado en Malthus cuando el calentamiento de la tierra nos ha estado enviando, uno tras otros, los huracanes más devastadores que nuestras generaciones hayan presenciado, combinado con liberaciones frecuentes de energía reflejadas en espantosos terremotos, como los dos que acaba de vivir México en menos de 15 días, sumando cientos de muertos y desaparecidos.
Puerto Rico y las Antillas Menores se sacaron el loto con Irma y María, una ablandó y destrozó, y la otra devastó sobre lo debilitado, mientras República Dominicana, llena de los favores de su virgen protectora, se ha salvado a última hora, pero como la temporada es muy activa y los fenómenos tan continuos, aun no puede cantar victoria.
Pero el caso es que si como pedía Malthus ciclones y terremotos no llenan las fatídicas expectativas, sobran auxiliares, en una época en la que se daba por concluida una guerra tan catastróficas como las dos mundiales anteriores, a las que se les llamó fría.
Cuando se está lo más despejado de bulla disfrutando de un paseo por Las Ramblas, de Barcelona; presenciado o participando de un gran maratón, viendo una película en una sala de cine, compartiendo en una discoteca, recibiendo clases en un aula, y, hasta orando en una iglesia, se puede ser víctima de los mortales ataques de unos señores que quieren volver el islam a la ortodoxia salafista, lo que entienden que no se logra sin el exterminio de todo lo que le sea opuesto.
Eso ha producido muertes por cientos, y es suficiente para vivir en la incertidumbre, pero resulta que la tesis de Malthus ha ganado como aliado a un niño grande que en vez de jugar con barro y un palito, lo hace con misiles, y lo regañan y lo amenazan y sigue como si nada poniendo al mundo al borde de un conflicto que contabilizaría los muertos por millares.
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