El ambiente político está crispado, pero no por las naturales diferencias entre los partidos de oposición y el de gobierno, sino por la feroz lucha interna en este último, a tal punto que la Junta Central Electoral finalmente se dio cuenta de que tenía que intervenir, y tardíamente detuvo, hasta el próximo inicio de la precampaña, las manifestaciones promovidas por los dos bandos que se disputan el control de dicho partido.
No es sorprendente que la lucha se esté dando a lo interno del partido oficial, pues dada la hegemonía que detenta y que intentan mantener, lo que está en disputa para ellos es quien será su candidato a la presidencia, entre quien está imposibilitado para hacerlo por mandato constitucional propuesto por el mismo o quien este apoye, y quien, rehabilitado por dicho mismo mandato, aspira volver a gobernar.
Como si se tratara de una expresión más del realismo mágico latinoamericano, el pasado se entremezcla con el presente y los mandatos constitucionales siguen siendo para los que están en el poder, letras que pueden reescribirse a conveniencia.
Por eso en este “Macondo” nuestro se entiende que es necesario que el presidente diga si acatará la Constitución, como si no fuera un deber hacerlo, mientras un coro de acólitos alimentan su ego erigiéndolo en insustituible con el propósito obviamente de resguardar sus intereses; sus opositores entienden que necesitan de una declaración firmada de sus legisladores de que no llegarán a acuerdos impuros, como si la firma de ese documento fuese más que el respeto a la propia Constitución; y la población es capaz de rechazar la reforma mayoritariamente como expresan las encuestas, y al mismo tiempo reflejar altas intenciones de votos si ocurriera lo que rechazan.
Tampoco sorprende el que a pesar de que la Constitución señala claramente que la mujer y el hombre son iguales ante la ley y que se promoverán las medidas necesarias para garantizar la erradicación de las desigualdades y la discriminación de género; se discuta si es correcto o no que nuestro sistema educativo propicie herramientas que promuevan este derecho, y no la forma en que debería hacerlo.
Lo que debería estarse debatiendo es la mala calidad de nuestro sistema educativo, la gran brecha existente entre la educación privada y la pública, y su anacronismo, que no solo se refleja en los malos resultados obtenidos en todas las materias, sino en lo poco que está haciendo para dotar a los estudiantes de una formación integral que, entre otras cosas, los haga no solo ciudadanos conscientes de sus derechos y sus deberes, sino dotados de un pensamiento crítico.
Para muchos igualdad es utilizar un lenguaje inclusivo, que no solo es cacofónico y gramaticalmente incorrecto, sino muchas veces falso, pues detrás de todas esas repeticiones en aras de exhibir un supuesto respeto por la igualdad, hay mucho teatro y poco compromiso, como evidencian las acciones y decisiones que están a la vista de todos.
No sorprende tampoco que aspirantes a puestos electivos, como los municipales, presenten supuestas soluciones y programas que están desconectados del marco legal y la realidad financiera, vendiendo ilusiones a los electores de que podrán resolver fácilmente temas complejos si resultaren electos, a sabiendas de que leyes vigentes o le quitaron esas potestades, o se las cercenaron.
A veces se tiene la impresión de que nuestra política es fantasmagórica y en esa ilusión de los sentidos las fantasías se convierten en penosas realidades, y al mismo tiempo las realidades y las reglas se desdibujan, mientras algunos intentan hacernos ver que no son lo que son o lo que vemos, sino lo que pretenden sean o veamos.