En español dominicano “fantasmoso” es quien quiere aparentar lo que no es; similar a “fantasioso”, la persona vana y presuntuosa que cree sus propias mentiras infundadas. Nuestra historia produjo más fantasmosos que nunca durante la revolución de abril de 1965.
Casi todos los constitucionalistas que pelearon, combatieron compatriotas en la “operación limpieza”, alrededor del cementerio. Pocos sobrevivieron. Otro gran enfrentamiento, previo, fue el asalto a la Fortaleza Ozama, horas antes de llegar los marines. Alegados comandantes y combatientes que pasaron la guerra civil en la zona colonial y Ciudad Nueva creen ser héroes dignos de pensiones estatales, como si seis décadas no hubieran pasado.
Cada abril ese puñado de habituales fantasmosos clama por una pensión, mientras los demás, el resto del país que nunca los apoyó, observan en silencio cómo pretenden erigir en epopeya sus insignificantes correrías y fracasos personales. Héroes son los miles de dominicanos que, superando el odio y el encono, han construido una patria mucho mejor que la anhelada por aquellos castristas y frustrados comunistas. Ese piadoso silencio es estruendoso.