A pesar de todas las advertencias, de los llamados a la prudencia y de las medidas preventivas, nuevamente un feriado de Semana Santa deja un trágico balance de muertes y heridos.
Es una pena que por un sinnúmero de circunstancias propias de la condición humana y particularmente de la cultura de los dominicanos, no hayamos podido tener hasta ahora un largo asueto libre de víctimas.
Hay que reconocer el gran esfuerzo realizado por los organismos de socorro con un despliegue de logística y recursos a nivel nacional, lo que no impidió que 30 personas perdieran la vida, algunos motociclistas que andan sin control.
La efectividad del programa de prevención no puede verse solo en términos de porcentajes y cifras comparativas, porque el valor de una vida está por encima de los fríos e impersonales esquemas de los números.
La estela de dolor que provoca una muerte es irrecuperable y como sucedió con la madre que murió aplastada junto a su bebé, el impacto emocional no se limita a parientes, sino que se extiende a todas las personas sensibles.
Tenemos que aprender de estas dolorosas experiencias para ver en qué medida podemos disfrutar de los periodos de descanso y esparcimiento en un ambiente más seguro y equilibrado.
Prudencia y moderación son dos palabras que, traducidas en acciones preventivas para proteger vidas y evitar excesos, pueden ser determinantes para reducir la posibilidad de víctimas fatales en calles, carreteras y balnearios.
Las conmemoraciones religiosas deberían estar dedicadas principalmente a la reflexión y la ofrenda al Altísimo, pero como ha devenido en un asueto para vacacionar, solo la serenidad puede evitar males mayores.
Es de esperar, pues, que esta experiencia se asimile para que, de forma sosegada y reflexiva, podamos disfrutar en familia, paz y seguridad, futuros períodos de descanso en provecho del cuerpo y también del espíritu.