Fidel: ¿líder por conveniencia?

Tony Perez

La noche del viernes 22 de junio de 2001, al término del programa Mesa Redonda, realizado en uno de los estudios de la televisión cubana, una docena de periodistas latinoamericanos y caribeños le preguntó al presidente de Cuba Fidel Castro Ruz cómo sería su reacción en torno al apresamiento el 12 de septiembre de 1998 en Estados Unidos de cinco cubanos acusados de espionaje.

Inquietaba a los comunicadores la posibilidad de un reverdecimiento de la historia de mano dura de un hombre que, aunque rondaba los 74 años, había bajado de la Sierra Maestra cuatro décadas atrás para instalarse en el poder a sangre y fuego, sin temblarle el pulso. Y aún lucía con energía.

Sin evadir, con su voz fañosa, el líder de la Revolución Cubana susurró: “Hemos triunfado con el caso del niño Elián, y triunfaremos con ellos; les aseguro que la batalla será larga, pero triunfaremos… Recuerden que en estos tiempos es más importante la batalla de las ideas… La batalla de piedra solo se libra cuando es necesario”. Evocaba así a José Martí: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.

A continuación Castro Ruz confesó algo que era evidente: sentía cansancio.

Lo atribuyó a que se había pasado muchas horas y días investigando para responder por el caso Elián González, retenido el 6 de diciembre de 1999 en el país del norte tras sobrevivir a un naufragio en un viaje ilegal donde murió su madre. Y al gran esfuerzo que había hecho, sin dormir, para documentar el caso de los cinco presos y elaborar el discurso que pronunciaría al día siguiente, sábado 23 de junio, en el municipio habanero El Cotorro, donde el calor infernal del mediodía y el agotamiento se aliaron y le provocaron el histórico desmayo en plena tribuna, dos horas después de comenzar su discurso ante unas 50 mil personas.

Una intensa batalla legal y de opinión pública desarrollada por el gobierno cubano provocó que el menor fuera devuelto al año siguiente para ponerlo bajo la custodia de su padre. No hubo tiroteos; no hubo bombas contra instalaciones estadounidenses; no hubo asaltos a bancos capitalistas; no hubo terror para los ciudadanos gringos; ni respondieron con secuestros, ni raptos; ningún comando se fue la montaña a planificar lo extemporáneo…

Usted puede estar en desacuerdo con Castro y todo lo que él representa. De hecho es un hombre controvertido. Mermado por la edad y las dolencias, ha dejado la presidencia a su hermano Raúl, pero, desde su trinchera, aún confronta con fiereza los ácidos ataques de Estados Unidos y cubanos que enarbolan el capitalismo como sistema.

Ese Fidel, que de cobarde no tiene ni seña, ha sabido sin embargo interpretar los signos de los tiempos. Muchas veces ha sabido sacar su mano de seda; muchas veces ha cogido las tribunas para echar infinitas batallas de ideas frente a EE.UU. en vez de los tiros y las bombas que le fueron tan comunes en sus años de la Sierra. No son fortuitos los cambios que comienza a verificar Cuba en el marco de la paz.

Si aquí muchos pregonan que Fidel Castro Ruz es su líder; si muchos dicen que Martí es su inspiración, ¿por qué no entienden como él que este es un momento para la batalla de las ideas, no para agitar la violencia social con otra violencia igual de reprochable en tanto que la agita y la justifica? ¿Por qué quieren desconocer que los atentados solo agravarán el nerviosismo social provocado por la delincuencia callejera y el crimen organizado? ¿Por qué no guardan las balas y siguen al líder visionario?

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