Pocos presidentes han iniciado un segundo período con tanto inequívoco apoyo interno y reconocimiento internacional como Luis Abinader. Su fortaleza se fundamenta en la reciente votación, la anémica oposición política y perspectivas esperanzadoras de continuidad de la estabilidad y crecimiento económicos. Todo ello obliga al presidente a manejar tanto poder con sagacidad y prudencia, especialmente por su avisada intención de múltiples reformas. Su control del Congreso augura pocos problemas para aprobar lo que desee, pero el peligro está en qué querrá. Su amplia y fuerte base de sustentación política no debe interpretarse como un cheque en blanco. La proverbial disposición de Luis a escuchar opiniones disidentes o críticas bien intencionadas puede aprovechar a funcionarios con asomos de envanecimiento. Muchos de los gobiernos con mayor popularidad han fracasado por querer abarcar mucho y lograr poco. Junto o antes que las reformas, ojalá el Gobierno se ocupe de “materias dejadas para septiembre”: las EDE, la educación pública y su ineficaz justicia independiente. Apoyo no le falta.
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