La “Apelación Pastoral a los Obispos para una Reafirmación Apostólica del Evangelio”, per se, no está dirigida al papa Francisco, pero le abarca en principalía por su condición de obispo de Roma, y lo remueve en un momento en que su imagen no es una de las más favorables con la que haya tenido que lidiar el papado moderno.
En su visita a Chile a principio de año se percató de que la aureola de popularidad y el endoso de sectores liberales que lo aplaudían por doquier andaba en fase de agotamiento, y con la forma en que asumió la que tildó de calumniosas imputaciones de complicidad de cardenales chilenos, le generó una crisis de imagen.
Seis meses antes de la pesadilla vivida en Chile, había salido a la luz pública Lujuria, el libro en que Emiliano Fittipaldi pone en evidencia de que el C9 del papa Francisco, como se denomina el núcleo de cardenales seleccionados por él para el cogobierno de la Iglesia, estaba minado de encubridores de pedofilia, entre ellos el cardenal Pell, que en el caso de las hermanas Foster, dos niñas australianas abusadas en su colegio por un sacerdote, que una se suicidó y otra está en estado de invalidez, el propio cardenal se involucró en la tentativa de lograr el silencio con una oferta de 30 mil euros; el caso de Antonio Provolo, en Verana, de abusos sexuales contra sordomudos; y el sonado caso del encubrimiento del cardenal Francisco Javier Errázuriz, al sacerdote pedófilo Fernando Caradima.
En los 400 casos de abusos sexuales contra menores que el Vaticano recibió en los años 2013, 2014 y 2015, está documentado que el propio jefe del C9 del papa, Oscar Andrés Rodríguez Maradiana, escondió en su diócesis a un pedófilo requerido por la Interpol. Con una enumeración de casos Fittipaldi demuestra que, aunque el papa compara a los pedófilos con el demonio, no los combate bajo esa misma consideración.
Lo ocurrido con la renuncia de los cardenales chilenos lejos de verse como un acto de cero tolerancias a los abusos sexuales contra menores, apaña a los verdaderos responsables, porque los culpabiliza a todos por la falta de algunos, y oculta falla papal de designar al obispo de Osorno, a sabiendas del nefasto historial arrastrado.
Siempre se ha sabido que la Iglesia en ese tema tendió al ocultamiento, pero la imagen del papa no se había visto tan asociada a la complicidad.
Es en esas circunstancias que los que recelan del papado de Francisco por temas tales como el de la visión populista de la misericordia que le atribuyen, y sus prédicas de tolerancias hacia prácticas que la Iglesia juzga de pecaminosas, como consentir el divorcio de parejas católicas, han aprovechado para un movimiento que pudiera provocar que Francisco termine siguiendo los pasos de Benedicto XVI.
Firmado por 18 sacerdotes en pocas semanas sumó 350 de 39 países y los seis continentes, que sustentan:
“El matrimonio es una alianza que a sabiendas y con el consentimiento de la voluntad se establece con la necesaria consideración y madurez entre un hombre y una mujer que son libres de casarse. Esto es una unión exclusiva que no se puede disolver por ningún poder humano o por ningún motivo, excepto por la muerte de uno de los cónyuges”.
“La actividad sexual fuera del matrimonio es en toda circunstancia gravemente malo. El abrazo culpable de este grave mal es un pecado mortal…”