Frente al Potomac

WASHINGTON, DC.- No se porqué sus palabras se me avivan en el subconsciente cada vez que los asuntos del oficio me han desmontado aquí: “La revolución ya se había producido antes de que la guerra comenzara. La revolución estaba en la mente y en los corazones del pueblo: y el cambio formaba parte de sus sentimientos religiosos en relación con sus deberes y obligaciones”. (John Adams).

Sin hacerlas de predicador, reafirmo que la aventura humana más trascedente: la creación de los Estados Unidos de América, se produjo en la nostalgia de la patria lejana compensada con la ilusión de una cercanía más expedita con el Altísimo, y buscándola se descubrió la libertad.

Los que se aventuraron a salir de Inglaterra a crear una sociedad más cónsona con la concepción de Dios que había germinado en su formación, lejos de todas las cosas que apreciaban, no tuvieron más opción que la de concebir un estilo propio de venerarlo, y sintieron la necesidad de colocarlo más cerca, y crearon el concepto teológico de la relación directa, para la que no bastaba el descubrimiento de la imprenta y la difusión masiva del texto bíblico, eso no tenía significado si la gente no sabía leer.

El acontecimiento que anticipó la revolución a la guerra fue el Gran Despertar, que no fue ni político ni ideológico, sino esencialmente religioso, y se transformó en político, ideológico y revolucionario, porque la gente que fue enseñada a leer para abrevar en  la Biblia, descubrió primero a través de la práctica de la religión sus diferencias con las de las personas de la colonia que los dominaba, lo que junto a otros factores,   motivaron a autogobernarse.

Fue así en toda América, nada surgió para lo que terminó, pero Estados Unidos lo ha dominado todo, porque sus cimientos fueron más firmes.

La independencia de la mayoría de los países de América no surgió de grupos que se formaron para forjarla, sino de ideas que se gestaron con otros objetivos y desembocaron en ella. Francisco de Miranda, el gran propulsor, lo que aspiró como después lo hizo Simón Bolívar, fue a defender la monarquía española de la engañifa  de Napoleón Bonaparte, que convenció a España de que le permitiera usar su territorio para invadir a Portugal, y no pudiendo lograr el objetivo político de terminar con un monarca que se trasladó al Brasil, regresó y se quedó con España y apresó a su rey, y de todos los comités que se crearon en nuestro hemisferio para procurar la libertad de Fernando VII, surgieron los movimientos independentistas.

Y todo porque los criollos, que no eran otros que los mismos descendientes del viejo continente aclimatados se descubrieron a sí mismos como individuos diferentes, no era el mismo español aquel que podía estar semanas sin  echar agua sobre su cuerpo que aquel que descubrió con los indios el encanto de los chapuzones constantes en nuestros ríos, ese hizo riquezas pero también asumió otro estilo de vida, que entre la mezcla de sangre indígena y africana, se hizo un ser diferente: se formó la pasta de los dominicanos.

Esa diáspora con  la que hemos tenido el privilegio de interactuar en los tres días en los que  hemos permanecido haciendo desde aquí El Sol de la Mañana, es la orgullosa representación  de un país que no ha podido superar carencias fundamentales, pero que en  todo el potencial de sus comunidades en el exterior, puede encontrar motorizadores de su desarrollo.