La forma en que han continuado los asaltos a mano armada, con un saldo de civiles, militares y policías asesinados por delincuentes, constituye un desafío a las autoridades enfocadas en prevenir y contrarrestar los hechos criminales.
Ni siquiera la vigilancia en las calles, reforzada por la guardia, ha sido un efectivo disuasivo frente a estos bandoleros que diariamente se lanzan en las calles a cometer todo tipo de tropelías.
La propia Policía y los cuerpos castrenses han sido víctimas de estas fechorías, ya que se ha incrementado la tendencia de asaltar agentes para despojarlos de sus armas de reglamento.
Con estas armas siguen adelante en sus criminales andanzas, que no parecen tener fin, a pesar del innegable esfuerzo conjunto desplegado en las últimas semanas con una clara directriz trazada desde el Gobierno.
Esta es una realidad inocultable y cualquier intento de presentar un cuadro diferente, con números y estadísticas sobre una supuesta disminución sobre la incidencia delictiva, lo que tiende es a producir una irritación en la población.
Aún así, hay que reconocer el empeño puesto en esta nueva cruzada nacional contra facinerosos que, sin control y a todas horas del día y de la noche, ponen en peligro la tranquilidad y seguridad de ciudadanos dentro y fuera de sus hogares.
Como el refuerzo de los militares es coyuntural, puesto que dentro de un tiempo razonable deberían reintegrarse a sus labores habituales, se impone acelerar los cambios y el fortalecimiento de la Policía para que pueda cumplir con mayor plenitud su obligación de proteger vidas y propiedades.
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