Es inequívocamente claro que nuestro país posee una prensa y medios de los más libres y plurales de toda América Latina. Hay como en todas partes amenazas a esta y otras libertades cuya mejor defensa y precaución es una vigilancia constante. Incluso, hay más abusos por excesos y delitos de prensa impunes que por censura u otros métodos de agresión al ejercicio periodístico, al punto de que magnates mediáticos se permiten dejar impagadas facturas del servicio eléctrico mientras otros son expertos malabaristas conciliando la diversidad inmensa de intereses propios ajenos a la prensa. Por eso, ojalá no pasen de ser gallolocadas típicas de la termocefalia que sufren ciertos patrioteros, las protestas de grupúsculos contra reputados diarios dizque por inconformidad con sus informaciones o línea editorial. El único límite que debe imponerse a la prensa en sociedades democráticas, con imperio de la ley, es el criterio de sus directores y propietarios y el respeto a las leyes y normas para garantizar otros derechos, como el de la privacidad o la honra y buen nombre. Si no le gusta no lo lea, oiga ni mire. La inteligencia, buen gusto o criterio no pueden legislarse, pero si hechos tipificados como delitos. Esta golondrina, o cernícalo, no hace verano…
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