Gana Danilo y Bendixen arrugado

Escribo sobre las dos de la madrugada del lunes 21 de mayo, al ritmo del boletín 04 de la Junta Central Electoral con los resultados de las elecciones presidenciales.

No sé si para otros, pero para mí no hubo sorpresa. Según la tendencia, hay una confirmación de la “Crónica de un muerte anunciada”: Danilo Medina y Margarita Cedeño han ganado la batalla.

Durante poco más de un año cometí una vez más el gran pecado de haber ser sincero con quienes me siguen a través de los medios de comunicación.

En pocas palabras, insistí: Hipólito Mejía y su séquito de asesores decidieron a unanimidad, muy temprano, perder las elecciones.

No solo eso. En cada una de las entregas, desde mis limitados alcances como reportajista y especialista en Políticas y Planificación de la Comunicación, por si deseaban cambiar, dejé claves a los candidatos presidenciales –no solo a él– para allanar el empedrado camino hacia Palacio, sin echar a un lado las críticas de un escribidor nunca dado a los encargos a cambio de dádivas de políticos.

Nada de invento, ni de despecho, ni de brujería, ni de las irresponsables y oportunistas predicciones astrológicas. Mi trabajo fue simple: detenerme a pensar y analizar los escenarios desde la comunicación, la Estadística y el sentido común, con apego a la verdad y a la ética.

Coseché sin embargo agravios, maledicencias, agresiones, injurias, difamaciones, amenazas, desprecio y bloqueos. Aunque ni siquiera salpullido en la piel me provocaron, cuando el objetivo era sepultarme y sellar mi tumba con cemento. Y no sucedió así porque ya en otros escenarios he sido objeto de lo mismo, por la misma gente.

Durante poco más de doce meses me gritaron: pesetero, lambón, buscavida, plumífero, ladrón, corrupto, protector de corruptos, coge-cheque, loco, falso periodista, chupamedia… Ningún reconocimiento bajo el cobijo de la razón. Ningún razonamiento amparado en la lógica. Solo atinaron a bañarme con un mar de descalificaciones difamatorias e injuriosas.

Obnubilados, borrachos de triunfalismo como estaban, ni imaginaron la magnitud del adversario principal, el señor que acaba de comerles todos los caramelos y les ha dejado atragantados y con los ojos desorbitados. La pasión desmedida, la terquedad, la subestimación y el complejo de Superman han sido su ecuación fatal. Perdieron el foco desde el primer minuto. Y la resta fue su operación matemática todo el camino, sin un segundo de autocrítica.

La militancia perredeísta ha sido estafada otra vez. Y eso es un crimen, pues está preñada de necesidades y de buenas intenciones. Ella ha sido víctima de la más vil de las manipulaciones por parte de gente suya llamada a rol más digno.

Han abonado de manera inescrupulosa lo más hondo de su pasión para convertirla en una especie de zombi y así exprimirle fanatismo. La han puesto a corear que todo el mundo es ladrón y que todo el mundo está vendido: desde el Presidente hasta el más infeliz de los ciudadanos que no comulgue con sus criterios. Le han inoculado una victoria cuando lo más cercano ha sido la derrota. Le han traído “expertos encuestadores”, como Sergio Bendixen, que rozan en la mediocridad y sin embargo pretenden hacer el papel de gurúes del lavado colectivo de cerebros y maestros de la propaganda en este país de “indios”. Encuestadores extranjeros y locales cuya única especialidad es cuadrar cifras a petición del patrocinador, para ganarse unos cuantos millones. Solo en las “investigaciones” de tales empresas el PRD ganaba. Las encuestas cuyos resultados no favorecían eran, para los agresores, unos montajes baratos producto de ratas pagadas por el Gobierno. Los periodistas que escribieran con actitud crítica, eran bandidos y corruptos sin excepción.

Un sector de tal partido no solo jugó a perder. También apostó a matar la frustración de su propia militancia y la credibilidad de cuanto humano de otro color partidario habite el territorio nacional.

Los periodistas que definieron como desafectos fueron parte de su blanco en este juego por ganar Palacio. Los cañoneos no cesaron para minarlos, rendirlos a sus pies. Los únicos serios, objetivos e imparciales han sido –según sus criterios– aquellos malabaristas del oportunismo que se deslizan sobre la falsa cuerda de la independencia y la neutralidad. Los asumen y los convierten en mitos vivientes porque, en el fondo, la susodicha independencia y la neutralidad pende de las directrices partidarias de ellos.

Con la victoria esperada de Danilo Medina y los desaciertos recurrentes del perdedor, quizás mucha gente comprenda que el periodista honesto asume compromiso de cara a sus lectores y lectoras; considera innegociable su profesionalidad y su actitud ética para servir a la comunidad información veraz y opiniones contextualizadas. La realidad es su fuente; la verdad, su norte, y sobre ese riel debe correr, independientemente de si se piensa morado, blanco, verde, rojo… El periodista honesto dice la verdad aunque duela, aunque intenten apabullarlo con basura.

El periodista honesto es como el médico que recibe a un paciente. La misión del profesional de la salud es sanarlo, jamás acusarlo de corrupto y menos matarlo porque éste pertenezca a una corriente partidaria diferente a la suya. A lo más que puede llegar el galeno ético es a curarlo y luego tratar de persuadirlo sobre la conveniencia de cambiar de color.

El periodista honesto no es exclusividad del PRD. Tampoco del PLD ni de la izquierda. Pertenece a la sociedad. Así que todo aquel que por encargo, por resentimiento o por rabia o por hacerse gracioso a coros mediáticos insolentes, digita mentiras en desmedro de la sociedad, no debería llamarse periodista.

tonypedernales