Las verdades más contundentes, los preceptos más racionales, los principios más universales e incluso las leyes pueden ser resistidos, distorsionados o violentados, por seres humanos falibles por naturaleza, que desde el inicio del mundo han vivido en la eterna lucha entre el bien y el mal.
Los intereses y sentimientos hacen que algunos apoyen lo absurdo y se cieguen ante lo racional; pero también el temor, la debilidad o la apatía pueden hacer que otros decidan simplemente seguir la manada, aunque no estén convencidos de que llegarán a buen destino.
La historia de la humanidad está plagada de contrastes, de grandes logros, pero también de estrepitosos fracasos, de rutas correctas y de errores repetidos, de principios fundamentales a seguir, así como de recetas equivocadas a rechazar.
Por eso el éxito de un país o institución, depende de quienes los lideren, puesto que las decisiones están en manos de personas a quienes solo el tiempo se encargará de situar como buenos o malos líderes; pero también depende de sus integrantes quienes, con su firmeza servirán de control que evite excesos o, con su laxitud, permitirán que se cometan.
Muchos erradamente entienden que adoptando leyes o creando instituciones puede asegurarse que ciertas cosas se logren o que otras no sucedan, olvidándose de que serán personas las que estarán llamadas a accionar, y que solo si hay un estricto cumplimiento de la ley y un régimen de consecuencias, estas pueden ser útiles; pues de lo contrario leyes e instituciones pueden ser convertidas en instrumentos utilizados a discreción por autoridades para satisfacer sus apetencias personales.
Bajo esa falsa premisa tenemos un arsenal legal enorme que es muchas veces retranca para lo bueno, y trampa que juega en beneficio de lo malo, y un Estado cada vez más grande, costoso e ineficiente, atestado de organismos que se solapan, de otros que no tienen ninguna razón de ser y algunos que no cumplen la función que deberían cumplir o que no pueden cumplirla cabalmente porque en incumplimiento de la ley no se les asignan los recursos.
En ese panorama de precario cumplimiento de la ley las instituciones tienen credibilidad y fortaleza dependiendo de quienes estén al frente de estas, y sus ejecutorias están sometidas a un vaivén de picos positivos y negativos, que no solo no permite que las cosas se desarrollen de forma continua, sino que las retrotraen reiteradamente a momentos que se entendían superados; lo que ha significado un alto desperdicio de recursos y una pérdida de oportunidades para el país y los ciudadanos.
Lo peor es que esos saqueos al erario que le roban posibilidades de progreso a la población y le impiden gozar de servicios públicos de calidad, se dan sin que los responsables sean sometidos a la justicia y sancionados, y solo nos enteramos de ellos, cuando un nuevo titular se refiere al desastre encontrado, un hecho de sangre los expone o si son divulgados por investigaciones periodísticas, las redes sociales o el rumor público.
Así como hay un tiempo para todo, también hay gente para todo, gente bien intencionada que está dispuesta a servir, gente inescrupulosa que solo busca servirse, gente a quienes el poder les corrompe, gente a quienes el poder no los cambia, gente que solo busca adular, gente que solo pretende dañar, gente que no mira más allá de sus bolsillos y se hace cómplice del poder y tolera sus excesos, como también hay gente dispuesta a exigir el cumplimiento de la ley, el respeto a la ética y a defender principios. Por eso la suerte de un país dependerá de cuanta gente esté decidida a halar la soga del lado correcto.
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