La amistad bien entendida y ejemplarmente administrada, en la que no está comprometida la independencia de criterio, pero sí la lealtad sin menoscabo del criterio propio, es un rasgo cada vez más escaso que debe ser preservado y estimulado en provecho de un mundo más humano y solidario que rechace el particularismo.
Hay ejemplos admirables de cómo la amistad bien ejercida se convierte de hecho en la práctica en una hermandad, mientras observamos la despreciable práctica de relaciones fementidas que sólo están al acecho de fallas y pequeñeces para despojarse del odioso antifaz de la traición.
En estos días el mundo ha tenido la oportunidad de ver y apreciar cómo se puede cultivar una buena amistad en todos los órdenes, en el plano humano y personal, además del ámbito institucional y de las esferas de poder político. Los grandes protagonistas han sido el presidente Barack Obama, que se aproxima al fin de su mandato en EE.UU. y su vicepresidente Joe Biden.
Obama entregó a Biden la Medalla Presidencial de la Libertad, un galardón que representa el mayor reconocimiento al mérito civil en Estados Unidos, en una ceremonia cargada de emotividad en la cual el vice-ejecutivo tuvo que apartarse momentáneamente del auditorio para reponerse de la emoción y enjugar sus lágrimas.
Además de un acto muy merecido y justiciero por la forma en que Biden ha sido un compañero leal y solidario con Obama y con los principios institucionales y éticos a que debe estar sujeto un ejecutivo de su categoría, tanto el galardonado como el autor del homenaje demostraron con su actuación y palabras que no habían protagonizado un acto exclusivamente protocolar.
En el acto que era la despedida oficial del vicepresidente Biden en la Casa Blanca, Obama justificó la condecoración a su ‘número dos’ por su “fe en el pueblo americano, su amor al país y su vida de servicio público que quedará patente durante generaciones
Una frase breve pero muy elocuente de parte de Biden en respuesta al reconocimiento retrató nuevamente la integridad y el gran ser humano al que Obama elogió en dos períodos como su compañero de fórmula cuando, cuando dijo refiriéndose a Barack: “»Fui parte del viaje de un hombre extraordinario que hizo cosas notables” para agregar a continuación que siempre se sentirá en deuda con él.
En modo alguna se trataba de un cumplido o de una expresión de ocasión, sino un testimonio muy sentido que a lo largo del acompañamiento junto a Obama se demostró día a día en el ejercicio del Estado y que se consolidó también en el dolor cuando Biden sufrió el estremecimiento familiar por la muerte de un hijo, recibiendo un extraordinario apoyo emocional de parte de Barack.
En esa oportunidad Obama subrayó el valor y la trascendencia de esa amistad diciendo que él y toda su familia estaban consternados por la pérdida porque se sentían parte integral de la familia Biden y los videos y fotos que recogieron momentos de ese bello gesto solidario conmovieron a gente sensible que aprecia la amistad fraterna.
Este admirable ejemplo contrasta con actos perversos y bochornosos como el protagonizado por el entonces vicepresidente de Brasil, Michel Temer, quien se prestó con malas artes para articular todo el plan conspirativo en contra de la presidenta Dilma iRousseff, a quien debió respeto y apoyo en lugar de una pérfida y taimada actuación por ambiciones desmedidas y personales.
Fuera de las consideraciones y juicios políticos, que finalmente corresponderán a la historia o la posteridad, tanto Obama como Biden han marcado un ejemplo a seguir de nobleza y hermosos principios personales frente al vil y reprochable comportamiento de aquellos que como Temer son despreciables, repugnantes y simuladores.