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Batalla Electoral 2024

Haití, la turnée de los candidatos y el voluntarismo político dominicano

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Pensar en el sepelio de la política dominicana y en el nacimiento de un estilo neo-expresionista, de la política, sería un ejercicio exegético formidable, dada las ocurrencias de ese “Yo Presidencial”, que presta más atención a las acciones de buena voluntad que al rigor ceremonial y protocolar, de las acciones y episodios causales y consecuenciales del mando político del poder.  Se corresponden con un “Yo Ocurrente”, las labores de buena voluntad, nunca las responsabilidades del “Yo Ejecutivo”, que se le supone a un Presidente de la República.

Perdemos el Yo Ejecutivo como nación libre y soberana, cuando descuidamos nuestro compromiso soberano de respetar las normas constitucionales y la memoria histórica de nuestra fundación republicana, tan pronto, accedemos a negociar nuestros intereses y objetivos estratégicos con Haití, sin exigir ninguna contrapartida, de los haitianos.  Ya que, toda acción de un Estado sobre otro Estado, concede derechos políticos de ese Estado sobre el otro.

Quedaríamos colgados de la brocha gorda, una vez más, si la memoria electoral sustituye a la memoria política, y peor sería nuestra perspectiva, si la sensación internacional sustituye nuestro compromiso y responsabilidad política nacional, al concederle a los resultados electorales haitianos, la categoría de antecedentes en nuestras estrategias nacionales, para formular otra cumbre de países hemisféricos para Haití, sin pedirle cuentas claras, al Gobierno de Preval y al mando de la Misión para la Estabilización de Haití (Minustah) que cogobierna la administración pública, en Haití, desde Junio de 2004.

Corresponde al liderato político, empresarial, cívico y social, de la nación dominicana, formular las hipótesis estratégicas en nuestras relaciones políticas, comerciales, sociales y culturales, con Haití, nunca las situaciones o las coyunturas haitianas o las necesidades de la Comunidad Internacional.  Rogamos conceder más atención a la demanda política nacional y estatal de los dominicanos, en lugar de colocar en el primer plano de nuestras relaciones con los haitianos, las ofertas de buena voluntad.

Miremos el espejo de la solidaridad cubana con Haití, una política exterior diseñada desde  la buena voluntad estructural, en lo político, en lo comercial, en lo social y en lo cultural, sin que, en modo alguno, se permita que un estado ejerza derechos políticos sobre el otro.  La piedad política es inexistente, pero, es también imperdonable la displicencia en el mandato de una nación, cuando se pasa por alto las responsabilidades de los funcionarios y del Presidente haitiano al momento de exigirles que cumplan con sus obligaciones constitucionales y con el Estado de Derecho, en su país.

Ver a los mandos militares ofreciendo estadísticas de deportados y repatriados, usurpando las funciones y responsabilidades de la Dirección General de Migración.  Ver al Asistente del Director General de Aduanas destacando avances en temas migratorios y transfronterizos, por una conversación informal con Guy Alexandre, Consejero de todo y de nada, en Haití, sin que, ninguno de estos temas se hayan tratado en la Comisión Mixta Bilateral, puesta en ejecución nuevamente en Junio de 2010; sin que, hasta la fecha, transcurrido 243 días, el Gobierno haitiano haya designado la Dirección Ejecutiva en su país.

Bernard Diederich, en una entrevista que concedió a la revista Times, decía que: El pueblo haitiano no tiene memoria, con relación al retorno de Jean Claude Duvalier.  Olvida, el célebre escritor y periodista, que para evitar caer en el colonialismo o la esclavitud ideológica o en el fanatismo de un liderato personal, se requiere de un máximo  nivel de libertad y que la sociedad persiga un marco intelectual y cultural lo suficientemente fuerte en la depuración de sus evidencias intersubjetivas, históricas y antropológicas.

Debería ser la razón de Estado, en nuestras relaciones con Haití, un mero instrumento más de la inteligencia política, y dentro de las operaciones mentales, en los distintos flancos de acción del Estado Dominicano, frente al Estado Haitiano.  Pedimos, entonces, reflexionar sobre los contenidos políticos, sociales y económicos, de la reciente demanda, de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, para que, a conciencia, determinemos, si somos capaces como nación de dirigir, desde el poder político de la nación, con mayor o menor habilidad y excelencia, toda la maquinaria operativa del Estado Dominicano.

Necesitamos pasar de unas premisas de buena voluntad con Haití, a unas conclusiones políticas en cuanto al comercio, a la inmigración, al desarrollo, a la transferencia tecnológica, a un sistema de educación concertado en la región fronteriza, a fin de descubrir y alcanzar un mejor conocimiento de la realidad insular.  Porque en cuanto a reclamar derechos como si fuesen propiedades, los haitianos han demostrado disponer de una solvente memoria.

Necesitamos junto a estos razonamientos, desde luego, una correcta convivencia, una mirada inteligente de las relaciones con Haití y con los haitianos en nuestro país y la creación de conceptos, de relaciones y proyectos, compartidos, tanto en las relaciones de los dos estados como en la convivencia entre los ciudadanos de las dos sociedades, en cualquier lugar que se encuentren.

Salir, cuanto antes, del voluntarismo esquizofrénico y de la neurosis política le convendría al poder político y social, dadas las derrotas sufridas en el campo de nuestras relaciones políticas y sociales con esa nación; y en el marco de nuestras relaciones políticas y comerciales internacionales.  Sería conveniente que el poder político mire las relaciones con Haití, como una actividad política inteligente, cuyas operaciones mentales estén dirigidas a un fin, cuyos medios y contenidos estén, estructuradas en el marco de una lógica formal.

Husserl, considera la racionalidad como un ideal que la conciencia realiza asintóticamente en el infinito, en su libro, Lógica formal y trascendental.  Rogamos del Gobierno Dominicano, la habilidad de convertir las relaciones con los haitianos en un gran proyecto nacional, tanto en sus discursos como en sus prácticas.  Porque hasta ahora, lo que hemos visto es, que el Gobierno huye de la racionalidad y siente pánico de una relación inteligente con Haití.

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