En nuestra columna anterior acudíamos a José Martí y su idea de que hay quienes asumen la tarea de sostener el decoro y la dignidad de la sociedad, cuando hay “criminales” que intentan robar al pueblo su libertad, y pelean por la ambición, hacer esclavos, tener más mando, quitarles a otros sus tierras. Quienes sostienen el decoro, construyen personas y construyen pueblos, defendiendo la libertad y la verdad.
En la lucha por el mando de nuestras sociedades, por expropiar la riqueza, defender privilegios, convertir en mercancías lo que deberían ser derechos, las élites y quienes intentan ser parte de las mismas han desplegado enormes esfuerzos por alienar a la ciudadanía de sus verdaderos problemas y objetivos.
En la República Dominicana de 1961 a 1966, se trató de instalar que Juan Bosch era “ateo y comunista”. En el siglo XXI han sido otro tipo de tretas: el Estado “es un monstruo ineficiente y corrupto”, las sociedades son conducidas al “abismo de la falta de moral”, se quiere “destruir la nación y la familia”, hay que “impedir que el populismo destruya los mercados”. Satanizar y aterrar para luego pasar gato por liebre.
La estrategia es clara: si las democracias han sido reducidas al mero hecho de votar, empobreciéndolas a su expresión más mediocre, elegir es un acto de consumo conducido por el “neuromarketing”. No ganan los argumentos, las posiciones ni doctrinas, sino “el relato”: quién vende mejor el producto y logra “posicionarlo”. Las TIC hacen esto posible: el Brexit, Bolsonaro y Trump no ganaron con realidades, volantes ni mítines, sino con Facebook y WhatsApp.
Por eso hoy se insiste que el algoritmo (operaciones matemáticas que según unas reglas procesan datos y brindan un resultado buscado) usado por las llamadas “redes sociales” es una amenaza para la democracia. Las campañas pueden ser dirigidas con un mensaje preciso y exacto para cada segmento de población, y cada quién escucha, lee y se convence de que la realidad es calco y copia de lo que él o ella piensa y siente. Los datos y argumentos dan igual. Es el mundo de la “posverdad”, donde lo que importa es lo que “la gente cree”.
Si la información, el conocimiento y el pensamiento son vitales para la vida ciudadana, para poder opinar, deliberar, elegir y decidir, estos monstruos sin rostro están dirigiendo la información sin control de nadie y no necesitan mediación: llegan directamente al celular.
Disfrazándose de “antisistema”, “rupturistas” o “novedades”, con grandes sumas de dinero y estrategias científicamente diseñadas, candidatos ganan elecciones apelando a las emociones más básicas, manipulando los problemas reales y concretos. Bien decía Juan Bosch: «Un mal gobierno no se produce espontáneamente: es el resultado de la infección del cuerpo social que en determinadas circunstancias favorables a su desarrollo, acaba tomando posesión del organismo colectivo.»
¿Cómo atajamos a estos “criminales” que usan las reglas democráticas para socavar la democracia? La pedagogía de una política que active en la ciudadanía la capacidad de pensar críticamente, deliberar, movilizarse, organizarse y alcanzar un proyecto humano de sociedad, es clave. Hostos dejó la tarea señalada cuando dijo:
“Democracia en sus fines individuales, es absoluta autonomía de la persona humana, absoluta libertad en los derechos que le consagran. La democracia es una ficción cuando no hay pueblo: no hay pueblo cuando no se cumplen en el individuo los fines que lo fortalecen ante el Estado y ante sí mismo. Sin educación del pueblo no habrá jamás verdadero pueblo y sin pueblo verdadero, la democracia es una palabra retumbante, no un sistema de gobierno.»
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