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Héroes versus criminales (II)

Si la información, el conocimiento y el pensamiento son vitales para la vida ciudadana, para poder opinar, deliberar, elegir y decidir, estos monstruos sin rostro están dirigiendo la información sin control de nadie y no necesitan mediación: llegan directamente al celular.

El País/La Fundación Juan Bosh realizo una rueda de Prensa en un Salón del Supermercado Nacional, ubicado en la Lincon con 27 de Febrero Distrito Nacional con motivo del 47 aniversario del golpe de Estado del gobernó de bosch y soliralidad con Honduras, en la Foto Matías Bosch Hoy/Andrés Monción 16/09/10
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En nuestra columna anterior acudíamos a José Martí y su idea de que hay quienes asumen la tarea de sostener el decoro y la dignidad de la sociedad, cuando hay “criminales” que intentan robar al pueblo su libertad, y pelean por la ambición, hacer esclavos, tener más mando, quitarles a otros sus tierras. Quienes sostienen el decoro, construyen personas y construyen pueblos, defendiendo la libertad y la verdad.

En la lucha por el mando de nuestras sociedades, por expropiar la riqueza, defender privilegios, convertir en mercancías lo que deberían ser derechos, las élites y quienes intentan ser parte de las mismas han desplegado enormes esfuerzos por alienar a la ciudadanía de sus verdaderos problemas y objetivos.

En la República Dominicana de 1961 a 1966, se trató de instalar que Juan Bosch era “ateo y comunista”. En el siglo XXI han sido otro tipo de tretas: el Estado “es un monstruo ineficiente y corrupto”, las sociedades son conducidas al “abismo de la falta de moral”, se quiere “destruir la nación y la familia”, hay que “impedir que el populismo destruya los mercados”. Satanizar y aterrar para luego pasar gato por liebre.

La estrategia es clara: si las democracias han sido reducidas al mero hecho de votar, empobreciéndolas a su expresión más mediocre, elegir es un acto de consumo conducido por el “neuromarketing”. No ganan los argumentos, las posiciones ni doctrinas, sino “el relato”: quién vende mejor el producto y logra “posicionarlo”. Las TIC hacen esto posible:  el Brexit, Bolsonaro y Trump no ganaron con realidades, volantes ni mítines, sino con Facebook y WhatsApp.

Por eso hoy se insiste que el algoritmo (operaciones matemáticas que según unas reglas procesan datos y brindan un resultado buscado) usado por las llamadas “redes sociales” es una amenaza para la democracia. Las campañas pueden ser dirigidas con un mensaje preciso y exacto para cada segmento de población, y cada quién escucha, lee y se convence de que la realidad es calco y copia de lo que él o ella piensa y siente. Los datos y argumentos dan igual. Es el mundo de la “posverdad”, donde lo que importa es lo que “la gente cree”.

Si la información, el conocimiento y el pensamiento son vitales para la vida ciudadana, para poder opinar, deliberar, elegir y decidir, estos monstruos sin rostro están dirigiendo la información sin control de nadie y no necesitan mediación: llegan directamente al celular.

Disfrazándose de “antisistema”, “rupturistas” o “novedades”, con grandes sumas de dinero y estrategias científicamente diseñadas, candidatos ganan elecciones apelando a las emociones más básicas, manipulando los problemas reales y concretos. Bien decía Juan Bosch: «Un mal gobierno no se produce espontáneamente: es el resultado de la infección del cuerpo social que en determinadas circunstancias favorables a su desarrollo, acaba tomando posesión del organismo colectivo.»

¿Cómo atajamos a estos “criminales” que usan las reglas democráticas para socavar la democracia? La pedagogía de una política que active en la ciudadanía la capacidad de pensar críticamente, deliberar, movilizarse, organizarse y alcanzar un proyecto humano de sociedad, es clave. Hostos dejó la tarea señalada cuando dijo:

“Democracia en sus fines individuales, es absoluta autonomía de la persona humana, absoluta libertad en los derechos que le consagran. La democracia es una ficción cuando no hay pueblo: no hay pueblo cuando no se cumplen en el individuo los fines que lo fortalecen ante el Estado y ante sí mismo. Sin educación del pueblo no habrá jamás verdadero pueblo y sin pueblo verdadero, la democracia es una palabra retumbante, no un sistema de gobierno.»

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